¡Arte al mínimo! Dan Flavin y el Minimalismo



Publicado en: Arcadia no. 165  
Año: 2019

A finales del siglo XIX, cuando se comenzaron a romper los paradigmas artísticos hegemónicos dentro del arte occidental, apareció la necesidad nombrar las diferentes corrientes que se iban identificando lo cual se hizo inicialmente a través de aproximaciones despectivas. Ante una pintura de Claude Monet denominada “Impresión del amanecer” alguien dijo ¡tan impresionista!!! Años más tarde, dentro el periodo conocido como la “vanguardia histórica” ocurriría lo mismo con las obras de Picasso que se denominaron “cubistas” y continuaría ocurriendo algo similar con las demás corrientes que siguieron configurando el arte moderno durante el siglo XX.

Durante la segunda mitad del siglo XX se decantaron muchas concepciones que habían emergido en sus décadas iniciales y tomaron rumbos inusitados que según la lógica de acción y reacción llegaron a desembocar en la década del sesenta en formas enteramente distintas de entender el arte, particularmente dentro del contexto norteamericano. Fue así como de manera casi paralela emergieron corrientes como el arte pop, el minimalismo y el arte conceptual, que fueron parte de lo que hoy conocemos como Neo vanguardia. Estas 3 corrientes compartieron una posición crítica común respecto al arte de las décadas precedentes y cada una de ellas se apropió a su manera de algunos rasgos de las practicas vanguardistas, pero cada una siguió una agenda específica y se estructuró con una lógica propia.

El término minimalismo emergió de la suspicacia de algunos críticos que pensaban que había una mínima cantidad de arte en este tipo de obras, que desde ciertos puntos de vista podrían ser entendidas como un episodio tardío de las nociones modernas de arte y que desde otros puntos de vista podrían ser pensadas como una práctica artista radicalmente nueva a la que quedaría estrecha la noción de arte moderno.

Las obras minimalistas parecían provenir de una cierta expansión de la escultura moderna, pero radicalizaban la idea de abstracción y proponían un uso literal de los materiales y procedimientos empleados. Adicionalmente llegaban a ocupar de forma abrupta la experiencia perceptiva de los espectadores, particularmente en relación con su propio cuerpo, así como con el espacio arquitectónico en que estaban situadas.  Los artistas que realizaban este tipo de piezas buscaban restringir cualquier rasgo expresivo o representativo del arte apoyándose en gestos impersonales, en procedimientos industriales, en situaciones seriales y en materiales inertes, renunciando al uso de pedestales y alejándose de la verticalidad dominante en la escultura occidental.

Se podría decir que estos artistas estaban abstrayendo los rasgos de la vida cotidiana de manera tal que su serialidad provenía de interpretar como la forma que asume la vida de una persona es que una hora va después de otra, un día después de otro, una años después de otro y así sucesivamente. Las restricciones formales que le imponían a sus obras buscaban despertar las capacidades expresivas e intuitivas de los espectadores: si el arte hace silencio, los espectadores hablan.

Son 3 los rasgos formales que pueden ser característicos de las obras minimalistas: la relación de codependencia entre la obra y el espacio arquitectónico, la confrontación corpórea del espectador y la radical materialidad de los procesos y elementos que son empleados. Sin embargo estos 3 aspectos ponen de presente una dimensión anómala del minimalismo y es que a pesar de que se pueda ver como un tipo de arte espacial (como en la vieja separación clásica entre las artes del espacio -pintura, escultura, arquitectura- de las arte del tiempo -música, narrativa, poesía-) el hecho de que su sentido dependa tan fuertemente de la experiencia del cuerpo de los espectadores, que caminan, se acercan, se alejan se agachan, resulta ser un arte temporal. Precisamente algunas de las posturas más conservadoras que inicialmente desestimaron esta corriente artística, decían que encontraban al minimalismo profundamente teatral -por su temporalidad latente- lo que no les parecía propio del arte moderno. Complementando esta idea se podría decir que la significación de las obras no estaba contenida dentro de ellas, sino que surgía de su interacción con el cuerpo y el espacio.

Dentro de los artistas que mas radicalmente definieron su practica dentro del minimalismo se encuentran Robert Morris, Donald Judd, Carl Andre y Dan Flavin, aunque se sumarian a ellos artistas como Eva Hesse, Richard Serra y Sol Lewitt, entre otros, que luego se orientarían en otras direcciones.

Una paradoja del sesgo abstracto del minimalismo es que su geometría radical o inerte parece provenir de la simplificación de la forma de objetos comunes del mundo cotidiano y que su serialidad antes que ser matemática parece mas cercana a la manera de percibir el tiempo -como se dijo más arriba- o puede provenir de la morfología de la cadena de producción de la industria.

Un caso peculiar es la obra de Dan Flavin, dado que él emplea la luz como materia prima de sus obras, pero además se apropia de tubos fluorescentes como los que se han empleado en los ámbitos industriales y comerciales desde la década de los cuarenta, para configurar sus obras que suelen situarse sobre la pared y contra el piso, en muchos casos siguiendo la estructura arquitectónica particularmente en relación con las esquinas. Frente a sus obras un espectador se puede preguntar por el cambio de significado de un tubo fluorescente que estaba ubicado en el techo y que ahora ha rotado para situarse sobre la pared. ¿Si su propósito ya no es funcional, cuál es?  Al situar estos elementos en relación directa con los espectadores las características ondulatorias de la luz los confrontan los inscriben literalmente en el espacio arquitectónico. De esta manera parecer proponer que la luz es tan material y tan física, como el cuerpo o la arquitectura.

Dentro de la obra de Dan Flavin ha resultado altamente productivo el análisis de corrientes de la vanguardia histórica como el constructivismo, porque le permitieron entender su propia forma de aproximarse al espacio y al cuerpo real de ahí que haya producido muchas piezas que ha nombrado como monumentos a Vladimir Tattlin que fue uno de los artistas más radicales dentro de ese movimiento.

Por todo lo anteriormente dicho, no sorprende que en 1968 Dan Flavin se haya referido a sus propias obras como “instalaciones” -siendo el primero en utilizar este término- dado que la instalación se convertiría en una de las practicas emblemáticas del arte contemporáneo a nuestro momento.


Jaime Cerón, Bogotá, julio 2019