Los mecanismos de valoración pública del arte actual se remontan a los "salones" del siglo XVIII, definitivos para la consolidación del papel dominante de la noción de exhibición como esquema de representación de lo que se entiende por arte desde la modernidad.
En Colombia han aparecido varios certámenes que intentan valorar las prácticas artísticas en diversos contextos sociales, a partir de la estructura piramidal del Salón. Partiendo de una base ensanchada, constituida por una convocatoria abierta, esta estructura se va cerrando paulatinamente por los criterios cualitativos de selección, para terminar en la cúspide del señalamiento puntual del premio.
El Salón Nacional de Artistas Colombianos es uno de tales certámenes (tal vez el más antiguo y conocido) al cual se han ido sumado otras opciones similares en los últimos veinte años. Entidades culturales públicas y privadas, han parecido compartir su fe en este tipo de estrategias que tienen tantas bondades como vicios. Si el esquema de Salón no permite mayores transformaciones, se podría decir que la pertinencia o la impertinencia de las miradas que construye, en torno a las prácticas del arte, tiene que ver con las concepciones y creencias tácitas que orientan la implementación de dicho esquema en un contexto determinado.
Por esas razones, dentro del despampanante abanico de salones artísticos recientes en Colombia, llama la atención el Salón BAT de Arte Popular, convocado por El Ministerio de Cultura y la Fundación BA y expuesto en el Museo Nacional. Las dos palabras que lo tipifican (junto a la sigla de la entidad promotora), encierran los más candentes debates en términos teóricos, que pueda suscitar una política cultural actualmente, particularmente cuando es orientada o generada desde el estado.
El certamen buscaba la promoción de la "libertad creativa", de todos los habitantes de la nación, porque "la gente necesita expresarse artísticamente independientemente de las limitaciones que históricamente el mismo medio cultural ha marcado". Con ese fin contó con aliados tan particulares como la Conferencia Episcopal de Colombia que a través de 3.700 parroquias respaldo la convocatoria que finalmente recibió la inscripción de 1425 obras de las que solo fueron seleccionadas 179.
Lo curioso de esta situación es que tanto el esquema utilizado para incluir lo "históricamente" excluido, como para definir sus beneficiarios, provinieron de las mismas "limitaciones" del medio cultural al punto que los requisitos de participación implicación la ausencia de formación artística profesional y tanto los jurados, como el premio, estuvieron mas cerca de las bellas artes que de otras manifestaciones culturales. Parte del dramatismo que encierra la categoría de arte popular es que en sí misma representa una forma de exclusión.
En ese sentido es interesante preguntarse ¿por que usar la categoría de arte para legitimar y proyectar los objetos que perseguía esta convocatoria? ¿cuales fueron las creencias o concepciones tácitas que orientaron el certamen? ¿cual fue la verdadera agenda política que orientó su realización? Las respuestas no está dentro del Salón o en los objetos que lo constituyen sino en el marco institucional que se desplegó tan espectacularmente para él.
José Sanín