Beatriz González, Auras anónimas



Publicado en: ArtNexus. no. 122. 
Año: 2010

En el Cementerio Central de Bogotá, y, más específicamente, en los edificios denominados Columbarios, Beatriz González ha cubierto los espacios que una vez ocuparon las tumbas, con imágenes que hacen referencia a las personas que se dan a la tarea de cargar los muertos que deja la guerra en los diferentes municipios de Colombia. Estas imágenes, que han circulado por diferentes medios de comunicación impresos, ya habían sido exploradas por ella anteriormente, en una serie de piezas hechas en pintura y en dibujo. En ellas, analizó los rasgos que potencialmente podrían llegar a convertirlas en íconos visuales del presente histórico colombiano.

Son cerca de 9.000 los espacios que han sido cubiertos con estas imágenes icónicas, en los espacios dejados por las tumbas de este antiguo cementerio. Durante el tiempo en que funcionó como cementerio albergó los muertos provenientes de las clases sociales más humildes, lo que hace que su historia esté social y políticamente muy cerca del contexto cultural del que surgen esos muertos que actualmente son recogidos y cargados, con hamacas, palos o lonas plásticas, por los campesinos colombianos. Beatriz González realizó ocho matrices, que repite incontables veces para cubrir los 8.957 nichos vacíos que constituyen los cuatro columbarios que aún se mantienen en pie en el Cementerio Central (en los años recientes fueron demolidas por la ciudad dos estructuras del mismo carácter, que estaban a lado y lado de las edificaciones sobrevivientes). Para esta artista repetir las cosas infinidad de veces es una forma de actualizarlas, trayéndolas más evidentemente hacia el presente. Las piezas instaladas en los Columbarios son realizadas en serigrafía, y la superficie donde están impresas simula ser de mármol, como el empleado en la realización de las lápidas. Las imágenes varían de tamaño porque los espacios que ocuparon las tumbas no eran homogéneos, sino que algunos eran concebidos para albergar adultos, otros, para sepultar niños, y otros, huesos. Por ese largo período en que sirvió como cementerio, el lugar ya está cargado con rituales de duelo ante la muerte, lo que intensifica la conexión entre la obra y el entorno histórico de donde emerge. A Beatriz González le interesa conectar en este proyecto el carácter del registro gráfico de la prensa con la función de preservación del ¿aura¿, que para ella es la huella de presencia de una persona que podría perdurar mientras alguien la recuerde. Por eso quería sellar con estas imágenes icónicas ese lugar vacío en donde la ausencia se encuentra con la presencia. Es esta idea la que da origen al título de Auras anónimas.

La vinculación entre las prácticas artísticas y la función de la memoria ha tenido una enorme repercusión dentro del campo del arte contemporáneo, particularmente, en el tipo de situaciones que algunos teóricos como James Young han denominado contra-monumentos. La relación convencional entre arte y memoria estuvo atada durante varios siglos a la práctica de erigir monumentos, que básicamente consistía en delegar en un objeto inerte la función de recordar. Los monumentos se situaban en un lugar particular, dentro de una ciudad, e intentaban demarcarlos haciendo alusiones simbólicas a algún hecho que pudiera relacionarse con el significado o el uso de tal lugar. Solían ser verticales y descriptivos, y se situaban sobre pedestales para hacer notar la distancia existente entre el espacio físico y el ámbito de la representación.

Los cambios en el significado o uso de las ciudades generaron paulatinamente la pérdida de significación de los monumentos, que en el caso de Bogotá han llevado a muchos monumentos a una condición de nomadismo. Como consecuencia, se diría que esta disfuncionalidad conceptual de los monumentos ha conducido a los sujetos a olvidar.

Por esa razón, la pregunta que emerge sobre la relación entre el arte y la memoria es si tiene sentido que un signo cultural que rememora un hecho humano permanezca inmutable. La categoría de contra-monumento parece ser la respuesta a esta pregunta, porque intenta negar la ilusión de permanencia de la memoria que prefiguran los monumentos; y porque implica una inversión lógica de su manera de funcionar, haciendo que las obras planteadas, desde sus fundamentos, operen sólo como dispositivos de activación de la memoria y no como su reemplazo. Por eso, no les dicen a los sujetos, ¿qué¿ y ¿cómo¿ recodar, sino que simplemente les proponen una situación que les permite establecer un vínculo transversal con hechos de los cuales ya pueden poseer un fragmento de memoria. Como lo señala Beatriz González al hablar de Auras anónimas, no se trata de explicar la ¿verdad¿ del pasado, sino de exponer la distancia que lo separa de un presente que de por sí vendría a constituir. Para eso emplea la estrategia de la repetición, que se mencionó más arriba. Esta experiencia traumática de asistir a un episodio repetido interminablemente se complementa e intensifica dentro de la experiencia de recorrer los alargados y estrechos senderos que rodean las cuatro estructuras en las que se ubica la obra. El desplazamiento de los espectadores a través de la obra parece hacerle eco a la marcha silenciosa de los campesinos llevando a cuestas la muerte de manera interminable, que se proyecta imaginariamente desde los íconos que la constituyen.

La dirección política del arte que busca responder y reparar los efectos simbólicos del uso del poder se manifiesta, por un lado, en los términos de confrontación con los que se suelen identificar sus prácticas (como la idea de contra-monumento), y por el otro, en el interés de expandir el presente para que alcance a evidenciar una reflexión sobre su misma ocurrencia (como propone Beatriz González en Auras anónimas). Los contra-monumentos vienen a ser testigos culturales de hechos que no pueden ser relatados, o al menos no de la forma como sucedieron. Sólo sirven como dispositivos para que las personas actúen, recuerden y tomen una posición.

Un asunto fundamental dentro del proyecto Auras anónimas, que se desprende de su activación como contra-monumento, es la significación histórica y cultural del lugar en que se sitúa, porque fue un cementerio durante más de cien años y en torno a él se han producido innumerables discusiones tendientes a definir su función a futuro dentro de la ciudad. Más allá de su valor arquitectónico o patrimonial (en sentido convencional), lo que parece más importante de revisar es todo el duelo que se ha concentrado en torno a este lugar y las huellas simbólicas que produce.

En 2003 la Alcaldía de Bogotá realizó el seminario Arte, memoria y ciudad, propuesto por Doris Salcedo y Beatriz González, en donde se discutió respecto a las opciones de futuro de este lugar y se planteó la importancia de realizar proyectos artísticos concebidos específicamente para este sitio, y cuya duración fuera temporal, que reflexionaran sobre su sentido. Este seminario, que contó entre sus participantes a Carlos Basualdo y a la misma Salcedo, es el más importante antecedente de la realización del proyecto Auras anónimas. La intervención ha podido ser visitada por el público desde el 22 de septiembre pasado y se mantendrá en exhibición durante tres años más.



Jaime Cerón


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