Bogotápolis
Texto escrito para el proyecto Colomborama que se llevó a cabo en Oslo.
Año: 2013
Los carros se escuchan muy lejos allá abajo. Cuando uno
se asoma por las ventanas de estos edificios altos se ven tan pequeñas las
cosas andando por Bogotá…¡Que ciudad tan fría esta!...Los carros se mueven como
trocitos de mantequilla en las ollas desde estas ventanas. Y toda la gente
parece como puntitos en el televisor cuando se daña. Pero no escucho el ruido
de la gente desde los edificios altos: mientras más subo uno pisos, a Bogotá se
le baja más el volumen…[i]
Un proyecto expositivo que se aproxime a
Bogotá, como contexto, puede recorrer caminos muy diversos para configurarse y
tiene a la mano muchos relatos posibles para articular una narrativa. Según “El parche”, la muestra Bogotápolis está conformada por piezas
que se aproximan de diferentes maneras y que se basan en un amplio conjunto de
referencias tanto a la ciudad de Bogotá, como a su esfera sociocultural. Mencionan entre las variables que
consideraron en el proceso de definir los componentes de la muestra, tanto las
situaciones de violencia y marginalidad como los trasfondos simbólicos de la
autoridad o la economía. Es una mirada
sobre Bogotá que parece entrar y salir de la margen, para indagar acerca de la
manera como las instancias del poder y las prácticas sociales que las desafían,
delimitan las historias de las personas que viven en esta ciudad. Para “El
parche”, las experiencias que proyecta
está ciudad están delimitadas por la constante fusión entre la ficción y la
realidad, que surge de la indivisibilidad entre los mitos y la historia que
componen los relatos que no solo la cruzan sino que la sustentan.
Esta exhibición se enfoca en la manera como un
grupo de artistas colombianos originarios de diferentes ciudades y proveniente de al menos tres generaciones,
confrontan las fantasías de idealización de Bogotá que pudieron haber
construido muchas de las representaciones institucionales a lo largo de su
historia. Los once artistas que constituyen esta muestra emergieron dentro del
arte colombiano en diferentes momentos durante los últimos 30 años; unos en los
ochenta, otros en los noventa y algunos más en la última década. A pesar de haber nacido en diferentes
lugares, tienen en común su interés por registrar las experiencias de la ciudad
a través de situaciones inquietantes, escalas inusitadas y evidencias dispares,
configurando una mirada altamente heterogénea sobre Bogotá. Independientemente de los medios a los que han
recurrido para cada uno de sus proyectos, estos artistas se caracterizan por un
cierto tipo de distancia emocional con las situaciones que demarcan sus obras, que
sin embargo apelan a una fuerte sensación de solidaridad frente a los sujetos
que allí se inscriben.
He aquí su mayor encanto. Su techo bajo, su estrechez, su
oscuridad, quizá hasta su misma escasa ventilación, tenían para los bogotanos
un especial atractivo. Nuestro carácter halla una grata fruición en lo cerrado,
en lo íntimo. Aquello que se exhibe a la luz del día pierde para nosotros todo
atractivo.[ii]
Espacios
Recorrió varios apartamentos, casi todos ellos con un
diseño higiénico, idénticos, monótonos y sin gracia. Cuando salió a la calle,
irritada consigo misma, eran las tres de la tarde y el cielo encapotado
amenazaba lluvia. En las esquinas, los cojos de nacimiento y los mutilados de
Armero, los vendedores de flores, de cigarrillos, de paraguas, de libros
piratas y de osos de peluche, los desplazados de la violencia y los limpiadores
de vidrios, la asaltaron de manera implacable. Un último aviso de periódico la
llevó hacia la parte alta de la ciudad, donde los constructores le roban a la
montaña su espacio escarpado para elevar sus edificios.[iii]
La ciudad de Bogotá ha visto emerger su campo
artístico de manera paulatina e intermitente desde hace más o menos medio siglo. Algunas de las instituciones más visibles e
influyentes del presente, como el Museo de Arte del Banco de la República o el
Museo de Arte de la Universidad Nacional eran apenas unas iniciativas
entusiastas, pero incipientes hace cincuenta años. Incluso espacios como la
Galería Santa Fe, un lugar protagónico dentro de la escena artística de Bogotá
entre 1991 y 2010, -que ahora está en proceso de revisión y reorientación-,
emergería accidentalmente por el uso transitorio de un área del Planetario de
Bogotá en 1969. Fue el entonces joven
museo de arte moderno de Bogota el que pidió en préstamo un área que iba a ser
destinada como cafetería del Planetario, como escenario para una exhibición
temporal de August Rodin, que luego
fue seguida de otra muestra temporal y luego otra y una más hasta que
finalmente permaneció una década entera en este espacio.
Al mudarse el Museo, el espacio fue destinado
como sala de exhibición de la ciudad de Bogotá y recibió el nombre de Galería
Santa Fe. Sin embargo, durante los años ochenta tuvo una programación bastante
errática que gracias a la creación del Salón de Arte Joven en 1991 se acercó al
arte contemporáneo, experimental, crítico e incluso marginal. En los noventa, esa sala era lo más parecido
a un espacio independiente en Bogotá -aunque se tratara de una sala pública- y
albergó algunas de las exhibiciones más inquietantes e imaginativas de la
época. Varios de los artistas que hacen
parte de Bogotápolis participaron en
varios proyectos expositivos en ese espacio.
En ese mismo momento, hubo algunos proyectos
que comenzaron a abrir fisuras en la manera como se ponía el arte a circular
habitualmente en la ciudad, como fue el caso de Gaula que abrió sus puertas en
junio de 1991, como el primero de una serie de espacios alternativos de
exhibición que aparecerían en la última década del siglo XX en Bogotá. A pesar
de su corta vida, este lugar generó una singular experiencia dentro del campo
artístico porque involucró tanto a las personas del campo del arte como a las
de otros ámbitos a hacer parte de diferentes tipos de proyectos que definirían
las concepciones de sus programas expositivos.
En la segunda mitad de la década de los
noventa, específicamente en 1997, comenzó a operar en Chapinero el Espacio
Vacío. Tan pronto como apareció se convirtió en sitio de referencia para los
artistas y todas las personas interesadas en las prácticas del arte y durante
los años es que estuvo funcionando, se caracterizó por una significativa
heterogeneidad en su programación. En
este lugar se realizaron agudas y arriesgadas propuestas curatoriales que
oxigenaron la actividad artística en Bogotá y marcaron un interesante punto de
contraste con las miradas institucionales.
De forma casi simultánea a la aparición de Espacio
Vacío surgiría la publicación Valdez, gestionada inicialmente por un grupo de
estudiantes de arte, que fue perfilada como una revista de autor, planteando un
interesante contraste con otros espacios de circulación de discursos en torno a
las prácticas artísticas y culturales en Bogotá. Estos artistas emprendieron
además la tarea de concebir una serie de exhibiciones, como “Homenaje a Pedro
Manrique Figueroa, precursor del collage en Colombia”, “El dibujo según...”, “Como
sellos” o “El traje del emperador”, las dos últimas curadas por Lucas Ospina en
la ya mencionada Galería Santa Fe.
Lo interesante de estas experiencias es que
funcionaron claramente como situaciones alternas al medio artístico de la
ciudad, en virtud de sus enfoques curatoriales, pero fueron financiadas como
parte de la gestión del Instituto de Cultura de Bogotá. Esta curiosa
colaboración entre lo institucional y lo alternativo no fue potestad exclusiva
de estos proyectos, sino que podemos verla en otras iniciativas, como ocurría con
la Bienal de Venecia de Bogotá, uno de los certámenes alternos de más alto
reconocimiento dentro de la ciudad a mediados de los años noventa.
También en ese momento otro grupo de
estudiantes de arte dio forma a la revista Asterisco,
emprendida como un proyecto de autogestión encaminado inicialmente a la circulación
de procesos de creación. Cada participante realizaba la página que le había
sido asignada, el mismo número de veces que el tiraje de la revista. En sus
versiones sucesivas esta revista ha incrementado la complejidad conceptual en
sus criterios de curaduría.
El cambio de siglo pareció abrirse finalmente
el panorama de espacios alternos para la circulación de prácticas artísticas en
Bogotá cuando abrieron sus puertas espacios como El parche, que se
desintegró antes de cumplir seis meses de existencia, dando origen al Espacio La Rebeca, que compartió su
sede con la Galería Valenzuela y Klenner y que un año después se movió al
barrio Teusaquillo. A lo largo de tres años, La Rebeca operó gracias a los aportes de fundaciones extranjeras
y generó un significativo intercambio con el contexto internacional,
principalmente el latinoamericano, realizando 25 proyectos, antes de
trasladarse a la ciudad de Vancouver en mayo del 2005. También emergieron por
esa misma época y con preocupaciones cercanas los espacios Casa Guillermo, y
unos años después Ganga Internacional
Gallery y Galería MAR,
que era sitios gestionados por artistas jóvenes egresados de diferentes
universidades y manejados con criterios impensables para los espacios
institucionales. Sin embargo a mediados
de la primera década del siglo XXI todos habían desaparecido y en su lugar
surgió el Bodegón, que fue el único espacio de su clase en la ciudad por cerca
de tres años.
En 2009, comienza a operar en Bogotá El Parche Artist Residency, (que no
tiene ninguna relación con el fugaz proyecto de nombre similar de comienzos de
la década) que es un proyecto desarrollado por un colectivo de artistas que se
había conformado en Oslo en 2005. Durante un par de años será prácticamente el
único ejemplo de su clase en la ciudad, hasta que en 2011 comienza a percibirse
un conjunto de espacios que emergieron casi de la noche a la mañana y que han permitido
pensar que pueda estar existiendo un circuito por donde los artistas pueden
circular, sin necesidad de inscribirse dentro de las lógicas institucionales de
las entidades públicas (o las instancias de gobierno) que actúan dentro del
campo del arte.
Caminando espero que anochezca. Cuando anochece subo el
muro que separa la casa del andén apoyándome en los travesaños podridos del
viejo portón. Aguzo el oído. Nada. La casa esta completamente abandonada y los
vidrios rotos. Atravesarla no será un problema.[iv]
Artistas
¿Dispararon contra nosotros?, No, contra la gente, me
dice, pero no añade una palabra más. ¿Contra cual gente, padre? La gente, la
gente, las cosas son como son y no hay para que estar hablando de ellas.[v]
A lo largo de los últimos 15 años, más y más
artistas colombianos parecen haberse intrigado por las experiencias sociales y
culturales que tienen lugar en Bogotá. Estos
artistas, de la mano de la implementación de procesos que se basan en la lógica
del registro material; como la fotografía, el video, el sonido, o la
recolección, traslación y recontextualización de objetos y procedimientos; han
complejizado la manera como las situaciones y experiencias que tienen lugar en
la ciudad puedan transferirse a los contextos y prácticas que identificamos
como arte. Estos artistas ya no apuestan
por generar alusiones veladas o pasivas a los acontecimientos que le dan forma
a Bogotá, sino que parecen querer actuar en el mismo orden de lo real para
volver inseparables sus prácticas de esos acontecimientos y vivencias.
Muchos de estos artistas utilizan el recorrido
por la ciudad como una suerte de método –a la vez temporal y espacial-, que
puede llegar a funcionar como un principio de encuentro con las marcas de lo
real que subyacen a los códigos culturales que “organizan” los diferentes roles
que juegan a diario sus habitantes.
Los artistas que conforman la muestra Bogotapolis se ubican en las coordenadas
que acabo de enunciar y sobrepasan cualquier estereotipo de cómo debería verse
una obra que trate sobre Bogotá. Tanto
la sátira, como la critica mordaz, o el enfoque solidario o el humor
irreverente se hacen presentes en las piezas, y en algunos casos parecería que
llegan a rozar el cinismo. Sin embargo, lo que ocurre con algunas obras de esta
muestra es que parecen haber reubicado los debates éticos que el arte
moviliza. Cuando un artista trabaja en
torno a hechos o situaciones que no pueden ser aislados de las disputas
simbólicas por la legitimación social de los grupos humanos involucrados, puede
transferir esos conflictos culturales hacia el contexto en el cual el arte
circula, para delegar en los espectadores los debates éticos y que sean ellos,
quienes desde sus propias representaciones culturales, tramiten sus posturas,
no solo frente a las piezas, sino frente a los hechos o situaciones señalados.
En algunas obras podrá verse más legible o más
nítida la imagen de la ciudad de Bogotá, mientras que en otras, la ciudad se
percibirá mas como un rumor o como un “ruido de fondo”. En estas obras Bogotá
parecerá haber impregnado con su tono o con su olor los acontecimientos que
ocurren en sus bordes, convirtiéndolos en las huellas, vestigios o sobras que
parecerán de mucha menor escala que ella y de mucha menor duración.
También algunas obras proyectarán situaciones
limítrofes entre lo privado y lo público, o entre lo ficticio y lo real o entre
lo histórico y lo mítico que suelen entrelazarse cuando los hechos son narrados
desde un punto de vista particular. La
paradoja es que no hay manera de acercare a algo que no implica asumir un punto
de vista peculiar y que no lleve a proyectar una lectura, narración o representación.
Decapitados
por espesas nubes, Monserrate y Guadalupe, se disolvían a los lejos dentro de
opaca neblina. A trechos resaltaban sobre el gris verdoso, reflejos plateados,
tintes violáceos, vivas pinceladas de sol y aquellas manchas ocres, aquellos desapacibles
mordiscos del taladro y la pica que parecían en la profunda melancolía de la
hora enormes lagrimones de arena.[vi]
Por Jaime Cerón
[i] Fernando Molano, Un beso de Dyck, Proyecto Editorial, Bogotá, 2000. Pág. 157
[ii] Antonio Álvarez Lleras, Ayer, nada mas…, Le livre libre, Paris, 1930. Pág. 180
[iii] Piedad Bonet, Después de todo,Alfaguara, Bogotá, 2001. Pág. 104
[iv] Antonio Ungar, Tres ataúdes blancos, Anagrama, Barcelona, 2010. Pág. 177
[v] Laura Restrepo, Delirio, Alfaguara, Bogotá, 2004. Pág. 135
[vi] Antonio Álvarez Lleras, Ayer, nada mas…, Le livre libre, Paris, 1930. Pág. 340