Desde la superficie, pinturas de Boris Pérez
Publicado en:
Año: 2004
Boris Pérez parece apostarle decididamente a una indagación sobre uno
de los problemas fundamentales para la pintura en el último siglo y medio: la
superficie. Solo comparable a las
transformaciones conceptuales e ideológicas que trajo consigo la noción de
“marco”, la superficie parece ser el “quid” de la reformulación del campo
pictórico en las experiencias modernas y posmodernas.
Tradicionalmente se ha dicho que las pinturas son objetos que poseen
tales vestigios de una actividad transferencial de lo real, que nos hacen
percibirlas a través de expectativas que solo utilizaríamos para acercarnos a
nuestros semejantes. Esa creencia llevó
a los modernos a concebirlas metafóricamente como organismos vivos y a los
posmodernos a refutar esa concepción, entendiéndolas como textos en el sentido
semiológico. Los primeros las verían como formas centradas y trasparentes y los
segundos como estructuras descentradas y opacas. Sin embargo, lo aireado de las
oposiciones hace evidente que se nos presentan como problemas alternos a
nuestra propia construcción subjetiva.
En ese orden de ideas ha sido necesario revisar las categorías desde las
cuales se discuten y analizan las prácticas artísticas que toman el camino
pictórico, a fin de obtener precisión en los alcances de sus resultados.
Desde un enfoque convencional, el análisis pictórico consideraba una
separación maniquea entre forma y contenido.
Dicha dicotomía luego se trasvestiría, con un poco más de elegancia, en
significante y significado y posteriormente llegaría a sofisticar un poco más
sus términos al aludir a la configuración y la conceptualización. Sin embargo, cualquiera que sean los términos
que se apliquen a dicho esquema es claro que toman como punto de partida un
idealismo modernista que separaba el espíritu de la materia o el alma del
cuerpo.
El desafío que plantearon algunos artistas disidentes dentro del
modernismo, que obtendrían ecos en posiciones asumidas posteriormente a ese momento,
parecía ser el producir imágenes cuyo contenido estuviera fuera de ellas o cuya
superficie parecería estar vacía. De esa
manera era posible pensar en obras cuya significación fuera una construcción
pública, producto de distintas formas de apropiación desde trasfondos sociales
y culturales diversos y que se resistiera por lo tanto a cualquier intento
prederterminado por fijar una interpretación unitaria.
Regresando a la reciente serie de trabajos pictóricos de Boris Pérez,
es interesante analizar dos principios visibles en apariencia: la simulación y
el bricolage. Ambos producen un eco
antropológico de las formas de comunicación contemporáneas que parecen generar
un cierto patrón de equivalencia entre la esfera de lo público y el campo de la
comunicación masiva. Las superficies de
sus obras simulan fragmentos de paredes surcadas por rastros de afiches y
carteles de calle, utilizados para convocar públicamente a distintos
acontecimientos. Sin embargo, el
descubrimiento de su status pictórico, agudiza la aparente ausencia de sentido
que sobreviene cuando se utilizan métodos readymade o apropiacionistas y nos
dejan inermes ante su apabullante silencio.
Aunque pueden leerse retóricamente como respuesta a todas las
superficies modernistas que nos han legado las prácticas pictóricas después de
la abstracción por parte del “público entendido”, su vigor radica en su
irreductible exterioridad y su significado por venir.
Jaime Cerón
Bogotá, mayo de 2004