EL ENCANTO



Texto escrito para la exposición El Encanto del artista Freddy Dewe Mathews en NADA Bogotá en noviembre de 2016
Año:2016

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La idea de naturaleza que conocemos actualmente fue una invención generada por la mirada romántica al territorio, que caracterizó las expediciones científicas en el contexto americano a finales del siglo XVIII. La apropiación de esa mirada por parte de las elites criollas, pareció ser crucial para los procesos de independencia que vivieron los países de América Latina en el comienzo del siglo XIX, que buscaban una enunciación propia en el ámbito de una geografía global. La búsqueda de libertad y emancipación que caracterizaron al romanticismo hicieron eco en la manera como se construyó una noción de naturaleza que pareció justificar las construcciones sociales y políticas de las nacientes naciones, que por lo tanto evitaron anclarse en los trasfondos culturales -ya fueran europeos o indígenas- para no perder legitimidad.  Fue así como en Colombia se fundó el Museo Nacional de Historia Natural en 1823 -actual Museo Nacional de Colombia- que tenía como fin materializar uno de los primeros esfuerzos institucionales para refundar ese territorio en términos discursivos y sustentar un relato de nación: su historia natural. Luego vendrían otros esfuerzos para explorar, medir, cartografiar y delimitar ese territorio y reforzar su capacidad de ser visto como el origen del estado colombiano.

Sin embargo, menos de un siglo después se hicieron visibles algunos vacíos en ese proceso, porque se detectaron unos límites borrosos entre las naciones que colindaban con la selva amazónica, que se volvió un territorio en disputa por los usos modernos de la naturaleza que la vieron como proveedora de materias primas necesarias para las más emblemáticas industrias modernas. El caucho vital dentro de la industria del transporte (primera de bicicletas y luego de automóviles), fue el puente que unió la selva amazónica y las urbes europeas, a través de las más crueles formas de explotación humana moderna que se hayan podido ver en el continente americano, que maximizaron las ganancias de las empresas exportadoras del látex que se requiere para producirlo.

El proyecto El Encanto, de Freddy Dewe Mathews, toma su nombre de uno de los dos lugares en donde operaba la Casa Arana (una empresa Peruana que luego de la inversión de capitales ingleses se llamaría Peruvian Amazon Company). Sin embargo, la palabra “encanto” tiene un doblez de sentido, porque el término hace referencia a algo atractivo, pero también se relaciona con la magia. A Mathews le interesa la manera como la industria del caucho generó un mito en la Amazonía, denominado precisamente encanto y era la que los delfines rosados podían salir del agua y convertirse en hombres blancos de traje y llevarse a los jóvenes al agua de donde no regresarían jamás. Curiosamente ese fue el destino de uno de los investigadores de las atrocidades de la industria del caucho, que terminó siendo ejecutado por las acusaciones de actos homosexuales en su paso por el Putumayo, que también es explorado por el proyecto.

El proyecto comenzó con un viaje a la Amazonía Boliviano en 2013 y luego con la beca Flora fue posible realizar una visita a la Chorrera y al El Encanto en 2015, que se complementó con algunos viajes para conocer los remanentes de esa industria en pequeña escala que sigue funcionado actualmente en el Putumayo. Fue altamente útil en este proceso el material que lego Roger Cassament a los Archivos Nacionales de Londres, junto con archivos similares que se encuentran en esa misma ciudad. Los viajes, las experiencias y las lecturas, generaron diferentes caminos para hacer notar las resonancias que siguen actuando en las comunidades y los lugares geográficos que proceden de la industria del caucho que funcionó hace más de un siglo en esos lugares y en donde fueron víctimas los antepasados de esas comunidades. Así como hay vestigios de la infraestructura de la industria del caucho que aún se perciben tras el inexorable paso de la selva sobre ellos, también hay efectos latentes en los arboles y las comunidades explotadas.

El proyecto se configura a través de películas, esculturas, grabados, dibujos, fotografías, instalaciones y un facsímil del libro Rojo del putumayo, que fue uno de los primeros documentos que puso en evidencia el nivel atroz de abusos y crueldades que los caucheros cometieron con las comunidades indígenas de la Amazonía, que ya había comenzado a conocerse tras la publicación del libro verde y del libro blanco, editados unos años atrás. Todas estas piezas se articulan para explorar los extremos de una historia que une el tercer y el primer mundo, la tradición y la modernidad y el pasado y el presente.

Hay piezas que documentan las remanencias de la industria del caucho que sutilmente persisten al efecto de la selva, otras que usan directamente el latex para conectar la selva y la ciudad o el pasado y el presente y otras que emplean las llantas usadas y desechadas para recordar su devenir cultural e histórico. El uso recurrente de espejos e impresiones de texto al revés permite que los espectadores sean conscientes de que hay una perspectiva sobre los hechos que se aluden que está más allá de un punto de vista “verdadero”.

En relación con los usos sociales del caucho, a Mathews le interesa la analogía que emerge desde los mismos imaginarios indígenas que lo significan como la sangre de los árboles y la situación política y económica que pareció convertirlo en la metáfora de la discriminación racial y el abuso físico de las comunidades indígenas de la región amazónica que fueron forzadas a explotarlo y a desangrarse a si mismas en el proceso. Sin embargo, lo más significativo de este vínculo, es que, por su color blanco, pareciera que el latex es una sangre fantasmal que se convierte en metáfora de una historia incorpórea que está vigente hasta nuestros días.


Jaime Cerón,

Bogotá, noviembre de 2016