El arte de la desgeneración



Publicado en: Arcadia. 
Año: 2010 junio

Poner en relación el arte y la sexualidad, habitualmente genera suspicacias, porque se ha normalizado hasta tal punto su visión hegemónica –masculina y heterosexual- que millones de personas dan por descontado que tenga relación alguna con la vida pública. Cuando una pareja conformada por un hombre y una mujer, van por una calle en Bogota, ni ella, ni él, se preguntan si es legítimo expresar públicamente su afecto, tomándose de la mano o dándose un beso, sino que “naturalmente” lo hacen, porque no esperan ningún gesto violento en su contra. Si esta pareja estuviera conformada por personas de otras sexualidades, esa expresión “natural” sería improbable, porque aunque ocurriera, implicaría una reflexión tácita sobre sus posibles efectos.

Otra de las razones por la que se produce resistencia a relacionar el arte y la sexualidad, es porque muchas veces se confunde el sexo con la sexualidad; pero mientras las prácticas sexuales son un asunto privado, la sexualidad es un asunto público, porque está conformada por las representaciones culturales que sirven de lazo social entre las personas. La sexualidad tiene que ver con las maneras en que los seres humanos se relacionan entre si, o con el modo en que se afilian a los distintos procesos sociales para determinar que tipo de experiencias esperan del lugar en que se vive.

En el campo del arte existen centenares de historias que relacionan a muchos artistas (generalmente varones) con la homosexualidad a través de los siglos, pero es un asunto sobre el que la historia del arte suele guardar silencio, por suponer que el arte no se puede relacionar seriamente con la sexualidad. Muy seguramente un alto porcentaje de esas historias no lleguen ser relevantes como claves de acceso a las obras, porque el consabido credo de la sensibilidad especial de los artistas homosexuales no es más que un lugar común. Sin embargo, en otros casos, la dimensión política se desprende de la sexualidad es el motor que da sentido al trabajo de varios artistas, por lo que llega a ser su canal privilegiado de comprensión, y ahí ese silencio conduce la historia o teoría del arte a la miopía.

Sin embargo es necesario resistirse al juego morboso de “sacar del closet” a los artistas del pasado o el presente, cuya obra no está articulada a su sexualidad, porque por más sensacional que llegue a parecer, terminara convirtiéndose  en una simple y llana violación a la intimidad.  En ese sentido no parece esclarecedor explorar la sexualidad de Jasper Jhons o Robert Rauschenberg, porque no abrirá muchas compuertas.  Muy diferente es el caso de Andy Warhol, casi contemporáneo a ellos, para quién su sexualidad fue tan importante, que su obra prácticamente se ha vuelto a descubrir por los estudios culturales que le han prestado atención desde ese punto de vista.

En Colombia, el caso es muy similar a la situación anteriormente descrita, al punto que el primer artista cuya obra estuvo claramente estructurada por su sexualidad fue Miguel Ángel Rojas. Porque a pesar que Luis Caballero haya “confesado” abiertamente su condición sexual, su obra parece subsidiaria del discurso hegemónico, principalmente por la manera como la ha discutido la critica y la historia del arte. Volviendo a Miguel Ángel Rojas, son muy significativos sus proyectos fotográficos realizados en los cines rotativos en los setenta, porque junto a su riqueza y complejidad formal, dan cuenta de los “no lugares” en donde tenía que refugiarse la homosexualidad en Bogotá y de las formas como tenía que vivirse.  Esos cines oscuros y sórdidos podrían compararse, aunque parezca absurdo, con la película Brokeback mountain, porque los vaqueros protagonistas, solo podían expresar su sexualidad en la mitad de la nada.

Muchos de los artistas que han estado activos durante la primera década del siglo XX, han vivido de otra manera su condición sexual – tanto los heterosexuales como los que pertenecen a otras sexualidades-, sin embargo en su trabajo han asumido posiciones críticas ante la normalización de la sexualidad o frente a los exiguos canales que existen para su expresión pública.  Quienes han trabajado más insistentemente de esta manera en los últimos años son Santiago Monge, Juan Pablo Echeverri, Catalina Rodríguez, Guillermo Riveros y  Andrea Barragán. A pesar de pertenecer más o menos a tres generaciones, tienen en común la exploración de sus sexualidades en relación directa con la imagen del cuerpo, lo que inscribe su trabajo en una órbita cercana al auto retrato. Sin embargo, antes que pensar en revelar su cuerpo lo que hacen es aproximarlo a representaciones culturales que interroguen las fronteras de identificación sexual, mediante el uso de maquillaje, vestuario, accesorios, gestos y poses. Por eso recurren frecuentemente a la fotografía o el video, que parecen rendir su testimonio para verificar la realidad potencial de los cuerpos que construyen con sus fantasías.  

Andrea Barragán, la más joven de este grupo de artistas, ha concebido un personaje inter género al que llama Seguei. Es un personaje que en realidad se resiste a asumir alguna identidad de género y que opta por cruzar continuamente las fronteras de las identificaciones femeninas y masculinas, para enredar sus referencias. En este ejercicio parece explorar la dimensión masculina de la feminidad, pero se niega a ubicarla en un lugar fijo.  Catalina Rodriguez, quién comenzó a trabajar desde finales de la década del noventa, también ha explorado este tipo de cruces en obras como su instalación de video Envidia de pene. Muestra la parte media de un cuerpo -que parece revelarse como masculino-, que extrae de su bragueta un objeto fálico, blandido orgullosamente hasta caerse, revelando que no es otra cosa que un banano. Sin embargo en su proyecto de video Di, explora la dimensión contraría, para construirse imaginariamente como una princesa que vive en un castillo, pero que no encaja con el estereotipo corporal ni étnico.

Al preguntarles acerca de la diferencia que encuentran entre los conceptos de género y sexualidad, tienen algunas diferencias, pero llegan a coincidir en que el género se revela más fácilmente como una convención cultural, mientras que la sexualidad tiende a tomarse por algo que emerge del cuerpo.  El género ha sido mas cuestionado, por la limitación de ofrecer solo dos categorías posibles, lo que ha abierto paulatinamente otras opciones. La sexualidad, en cambio, parece ocultar que también es una convención cultural por eso parece ser la arena adecuada para el trabajo de los artistas. Al preguntarles por su interés en la sexualidad, coinciden en querer movilizar una sexualidad específica, intersticial o incluso extraña (más allá que sea o no la de ellos en “la vida real”).

Juan Pablo Echeverri, ha realizado un amplio volumen de proyectos que han dado todos los rodeos posibles al momento de explorar patrones de identificación del cuerpo en relación con la sexualidad, desde machos heterosexuales hasta lesbianas, siempre en relación con el autorretrato. Santiago Monge ha explorado simultáneamente los arquetipos que sostienen la masculinidad y la feminidad, para poner de cabeza la sexualidad normalizada y leer entre líneas todos sus componentes culturales. En muchas ocasiones recurre al autoretrato, pero no exclusivamente. Guillermo Riveros, en cambio ha utilizado de manera exclusiva su cuerpo para realizar sus obras. Explora diferentes situaciones imaginarias que hacen que la fotografía se acerque a la ficción y se aleje de la veracidad.

Para estos artistas el cuerpo sigue siendo un termómetro que mide el nivel incrustación de las representaciones de género y todas sus cargas ideológicas en el campo social. Por eso la opción que han asumido tiene que ver con des-generar y re-sexualizar el cuerpo para recordarnos que así como no existe un dios verdadero, tampoco existe una sexualidad natural. Cada cual se afilia a lo real de la mano de sus fantasías.


Jaime Cerón


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