El campo profesional del arte


Publicado en: Primer simposio de profesionales e informales en Artes Plásticas y Visuales, Popayán. 13 Salones Regionales de Artistas - Zona Pacífico, Popayán.

Helena producciones

Año: 2010 

En el uso de su particular conocimiento especializado, los profesionales disfrutan de una autonomía solo restringida por su propia responsabilidad profesional. Ellos son los que avalan su propio trabajo y, más todavía, son sus propios jueces.

-Robert Young, 19871

Robert Young parece coincidir con Wilfred Carr y Stephen Kemmis cuando hace hincapié en el tipo de autonomía que subyace a la actividad profesional, que no solo tiene que ver con la posibilidad de concebir y estructurar las propias labores sino que también involucra el ejercicio de establecer los límites o linderos que podrían funcionar como su principio de regulación.  Los tres autores también están de acuerdo en que hay unas implicaciones particulares en la tipificación de una actividad como profesional, cuando ésta es desarrollada por un individuo, y otras, cuando se hace referencia a la que es adelantada por una colectividad. En el caso de un individuo las decisiones que tome frente a una situación dada se basan en el ejercicio de su criterio (soportado en su particular nivel de formación) mientras que en el caso de una colectividad las actuaciones se rigen organizadamente por el conjunto de políticas y procedimientos que conforman su profesión como una totalidad.

Young, también dice que una profesión es una ocupación a la que se dedica mucho tiempo y de la que se obtienen, si no todos, gran parte de los ingresos. También señala que esta ocupación, es algo más que simplemente un trabajo: es una vocación. Sin embargo menciona que la práctica de un profesional depende de una habilidad o conocimiento especializado que ha obtenido a través de una amplia y rigurosa formación y experiencia.

Si bien las anteriores apreciaciones fueron articuladas por estos autores en relación con el campo educativo, sus fundamentos teóricos pueden extrapolarse hacía otros campos sociales, como es el caso del arte.  Durante la modernidad, no solo se replantearon las concepciones culturales que definirían las nociones de «artista» o de «obra», sino que también se transformaron las metáforas que describirían el ámbito en que el arte se inscribe dentro de la sociedad. Si bien en el inicio de la modernidad el arte parecía circunscribirse a un «circuito», conformado por las actividades de creación, exhibición y consumo de objetos (entendido el consumo a la vez como apreciación y coleccionismo), hacía el final de ella parece funcionar como un «campo» conformado por las dimensiones de creación, circulación, investigación, formación y apropiación de diversos tipos de prácticas.

En el segundo escenario se amplían la noción de exhibición -que prefigura una concepción dominante sobre lo que se entiende por arte- por la de circulación, que implica fundamentalmente la puesta en escena pública de las prácticas artísticas, sea cual sea su naturaleza. Lo mismo ocurre con la idea de apropiación, que reemplaza la concepción -igualmente soportada en la categoría de objeto- del consumo, para plantear en su lugar la idea de apropiación, que implica pensar los usos sociales que hacen las personas frente al arte. Adicionalmente se incluyen otros dos conceptos: la investigación y la formación, que evidencian formas de articulación entre el arte y el campo social mediante los discursos que se producen en torno al arte. Sin embargo una de las diferencias más agudas entre los dos anteriores escenarios es el paso de la articulación de actividades, hacia la interrelación de dimensiones, porque si bien es cierto que la creación entendida como actividad, está centrada exclusivamente en el trabajo de los artistas, al asumirla como dimensión comienza a involucrar también a las instituciones y las disciplinas que están relacionadas con el desarrollo de dicha actividad. En ese sentido en la dimensión de creación estarían actuando los artistas, tanto como las instituciones culturales que proponen estímulos o acciones de fomento a la creación, así como los programas académicos que forman artistas. Una situación similar caracterizaría las demás dimensiones del campo.

Volviendo al replanteamiento de las concepciones culturales que definen la actividad artística es importante recordar que la transformación vivida por la actividad artística durante los últimos 50 años, ha involucrado un replanteamiento del tipo de procesos o prácticas con los cuales los artistas han venido a identificar su trabajo creativo que muy a menudo llevan implícitas críticas directas hacia la manera como el arte era producido o discutido anteriormente.  En ese sentido el arte ha dejado de ser entendido como un objeto, creado por un artista para la contemplación o el consumo de los demás actores sociales, y se ha venido a comprender como una práctica social en cuya construcción participan muchos sujetos. En ese proceso ha sido fundamental el papel desempeñado los distintos tipos de discursos emitidos por los artistas, los críticos de arte y los curadores respecto a esas nuevas prácticas. Decir que el arte está sustentado por la generación de prácticas sociales en lugar de objetos, no hace referencia necesariamente a una caracterización de las obras en sí, sino a las categorías y concepciones teóricas según la cuales se discuten esas obras. En ese orden de ideas la obra Las Meninas de Velázquez también funcionaria como una práctica social si se analiza la manera como su significado ha sido construido culturalmente, a través de las interpretaciones y valoraciones de personas, disciplinas e instituciones distintas en distintos momentos hisóricos.

Considerando las particularidades de considerar el arte como campo y las obras como prácticas sociales, es importante volver sobre la idea del arte como actividad «profesional». Recordemos que según Carr y Kemmis el carácter profesional de un actor social individual depende de su construcción como sujeto, en donde pesa fuertemente su proceso de formación, que es lo que sustenta su criterio. En el caso de un colectivo de actores sociales lo que vendría a considerarse como profesional es la actividad en sí, de acuerdo a su propia organización y códigos.[2]

Estos mismos autores han dicho que los métodos y técnicas empleados por los miembros de una profesión están basados en un consolidado conjunto de investigaciones y conocimientos teóricos, provenientes de su mismo ámbito. En ese sentido una actividad es profesional cuando las personas que la desarrollan son quienes han definido lo que se entiende por ella.

En segundo lugar, dicen Carr y Kemmis, que un profesional está explícitamente comprometido a conseguir el mayor beneficio para el destinatario de su labor. Por lo tanto se podría medir la profesionalidad de una actividad por la manera como es percibida su relevancia dentro el cuerpo social en que produce o al que está dirigida.

En tercer lugar los miembros de una profesión deben poder elaborar juicios autónomos, libres de constreñimientos o controles externos y no profesionales, lo que implica que una actividad es profesional cuando sus actores son quienes realizan los discursos que la sustentan en el campo social en general.

Si se toma de ejemplo un campo como la medicina desde estos tres señalamientos, resulta claro que se trata de una actividad altamente profesional, porque no solo quienes la ejercen son profesionales, en sentido individual, sino porque claramente son ellos quienes determinan que es la medicina y como se ejerce. Lo mismo ocurre en el segundo aspecto señalado por Carr y Kemmis, en donde es tan favorable la percepción sobre la relevancia de esta práctica cultural, que pagar una afiliación a un sistema de salud, es un requisito indispensable para firmar un contrato laboral.  Lo mismo ocurre con la tercera característica, dado que son los médicos quienes elaboran los discursos que sustentan, ya sea en revistas o en simposios especializados, los paradigmas que cohesionan la actividad de la medicina.

Las políticas culturales en Colombia, tienen a señalar como horizonte de sentido el fortalecimiento del campo artístico, entendido como resultado de emprender acciones de organización, planeación, fomento e información de sus dimensiones, prácticas y áreas de intervención. Igualmente estas líneas de política tienden a plantear la necesidad de volver profesional la actividad artística.[3]

En Colombia, existen procesos formales de formación artística desde hace más de 100 años, pero la actividad artística, entendida como un conglomerado de orden colectivo, aun dista de ser profesional en los términos planteados por Carr y Kemmis.  Si bien la primera característica señalada por ellos, consistente en la definición autónoma de la actividad, es un hecho desde hace casi medio siglo, que las otras dos características sólo se cumplen en un cierto porcentaje y no de manera homogénea en todas las dimensiones del campo del arte.  La dificultad por parte de las instancias de gobierno de muchos municipios de percibir la relevancia de la actividad artística es un síntoma de la distancia que separa al arte de funcionar como una actividad profesional según la segunda característica enunciada por los autores en mención.

Respecto a la tercera característica se puede señalar la habitual tendencia de muchos artistas de solicitar a personas externas al campo del arte, como poetas o filósofos, la elaboración de los discursos que sustenten sus prácticas, o incluso de plantearle esa misma demanda a otros profesionales del mismo campo artístico, lo que debilita su propia capacidad de actuar como su propio sostén teórico.  Si bien es cierto que los curadores, críticos e historiadores emiten los discursos que sustentan su propia práctica, en muchos casos también lo continúan haciendo sobre la práctica de los artistas.  Es evidente la pertinencia de contar con puntos de vista diversos sobre todas las actividades que tienen lugar al interior del campo del arte, pero también es fundamental que los diversos actores sociales que integran el campo del arte: como los pedagogos, los periodistas culturales, los investigadores, los teóricos, los historiadores, los críticos, los gestores, los curadores y los artistas, entre otros, produzcan discursos sobre sus propias prácticas en primera instancia.

Desde hace un par de décadas, las formas de valorar e interpretar las prácticas artísticas fueron objeto de fuertes transformaciones que respondieron tanto a la manera de producir el arte, como al modo de discutirlo y a las presiones de los grupos sociales que perciben el campo del arte como un terreno de conflicto cultural. Es por eso que en el arte se movilizan disputas de legitimidad simbólica.  En ese sentido la valoración cultural sobre una determinada práctica artística va a variar con el paso del tiempo o de acuerdo a la agenda del grupo social que se apropie de ella.   Los objetos, discursos e instituciones que configuran el campo del arte están sometidos a continuas resignificaciones que a su vez responden a las distintas concepciones sobre arte que circulan al interior del campo y que implican una continua negociación entre los grupos sociales que hacen parte de él[4].  Concebir la actividad artística como profesional, también involucra reconocer la manera como el campo del arte opera como un escenario de conflictos culturales y negociaciones, que movilizan relaciones de poder en diferentes direcciones. Por eso un rasgo adicional que se podría considerar para interpretar el momento en que el arte funcione como actividad profesional, sería la validación del concepto de arte como una permanente discusión entre distintas concepciones.


Jaime Cerón





[1] Citado en Renovación pedagógica y emancipación profesional, Jaume Martinez Bonafe, Editorial Universidad de Valencia, 1989.

[2] Wilfred Carr y Stephen Kemmis, Teoría crítica de la enseñanza, Ed Martinez Roca, 1988.

[3] Entorno Conceptual, Documentos de Políticas Culturales Distritales, 2004-2016, IDCT, 2da edición, 2005.

[4] Ibíd. Págs. 37 - 38