El crítico de arte Jaime Cerón escribe este homenaje al fundador de la galería Al Cuadrado, Juan Gallo, fallecido el pasado domingo en Bogotá. Qué mejor manera que recordarlo con la que fu su obra máxima: la galería más arriesgada del arte contemporáneo en Colombia.
El 20 de noviembre de 2003 se fundó en Bogotá la Galería Alcuadrado. Muy pronto los nombres de Juan Gallo y Gloria Saldarriaga, sus codirectores, se convirtieron en una referencia obligada al hablar, en general, de las prácticas de circulación del arte contemporáneo, y en particular, de la función que desempeñan las galerías de arte en la sociedad.
Juan Gallo y Gloria Saldarriaga, provenían de un campo distinto al arte. Él de la publicidad; ella del diseño gráfico. Poco a poco fueron allanando su camino por diferentes rumbos, hasta asumir la opción de proponer un espacio de difusión para el arte contemporáneo.
Juan Gallo, quién nació en Cali hace 53 años, poseía una amplia experiencia en el campo publicitario que involucró trabajar varios años en la ciudad de Nueva York, a mediados de los años 80, después de lo cual permaneció cerca de 20 años en Londres, en donde incluso creó su propia empresa especializada en el manejo de imagen corporativa. Fue a través del coleccionismo como se conectó con el arte y como llegó a concebir Alcuadrado.
Cada uno de ellos, hasta el día de hoy, ha aportado una habilidad peculiar dentro del manejo del proyecto lo que ha hecho que el medio del arte los vea como un claro equipo de trabajo.
La muestra inaugural se llevó a cabo en un impactante edificio en donde funcionó alguna vez una fábrica de cables, y que sirvió para reunir las obras de Oscar Muñoz, Miguel Ángel Rojas y Juan Fernando Herrán. El texto que acompañó la exposición mencionaba la condición fluida, fluctuante y volátil del mundo en que vivimos que implicaba una pregunta sobre la posible evaporación de la experiencia del lugar. Alcuadrado se planteó desde entonces como una galería móvil, virtual y transitoria, y así ha mantenido su papel hasta el presente.
Mi contacto personal con este proyecto comenzó el sábado 29 de noviembre de 2003, precisamente un día antes del cierre de esa primera exposición. Mientras hacía el recorrido, un poco ensordecido por un torrencial aguacero, se me acercó un hombre muy amable que sació generosamente mi curiosidad respecto a las vicisitudes que tuvieron que ser afrontadas para la exhibición. Me contó también acerca del edificio, tanto de su historia como de su destino y me habló de los intereses que orientaban esa naciente iniciativa. Luego me dijo que su nombre era Juan Gallo y me presentó a la codirectora del proyecto, Gloria Saldarriaga, quien además era su esposa. A partir de entonces he intentado asistir a todos los eventos que realizan, y he seguido de cerca el rumbo de los artistas con los cuales trabajan, porque además he tenido cercanía con su trabajo desde antes.
Siempre he considerado que los proyectos artísticos y culturales que toman riesgos (de cualquier tipo) merecen gestos solidarios, sin embargo en el caso de Alcuadrado es necesario resaltar que la apuesta por escenarios inquietantes o significativos (en edificaciones muchas veces en desuso) no es lo único arriesgado, sino también el interés por movilizar la obra de artistas contemporáneos (principalmente colombianos), que a pesar de su alta valoración crítica dentro del medio profesional y de la sólida trayectoria de muchos de ellos, desafían varios de los preceptos del mercado y del coleccionismo. La nitidez de su programación ha sido uno de los valores resultantes.
La muerte de Juan Gallo ha afligido no solo a las personas que tenían vínculos profesionales o emocionales con él, sino a muchas otras que han reconocido la significación del proyecto de Alcuadrado dentro del contexto artístico y cultural. El mejor homenaje que se puede hacer a su memoria es reconocer la importancia de su trabajo y esperar que continúe, ahora en manos de Gloria Saldarriaga, quien también ha sido responsable de que haya recorrido este camino.
Jaime Cerón