En cuerpo ajeno



Publicado en: Arcadia.
Año: 2015

En Colombia es común decir que vivimos en el “país del sagrado corazón” o que estamos en un “país de reinas”. La primera frase hace mención a las situaciones insólitas, absurdas o irracionales que pasan con demasiada frecuencia, mientras que la segunda parece aludir al carácter folclórico y a veces ridículo de algunas de nuestras costumbres más arraigadas. “La alegría del subdesarrollo” mencionada con ironía hace unas décadas por la artista Beatriz González, puede ser una expresión elocuente al respecto .  No solo llama la atención el elevado y variopinto conjunto de reinados de belleza celebrados a lo largo y ancho del país, sino la atención mediática que suscitan algunos de ellos.  Por ese motivo se puede decir que el evento “cultural” más importante del tiene el país es el Reinado Nacional de la Belleza que acapara la atención de los medios y las audiencias en una dimensión que solo en sueños imaginarían los eventos “Culturales”, sobre entendidos habitualmente como “la cultura” con mayúscula.

Hace algunos años uno de los gobiernos de Bogotá decidió que la Alcaldía no debía participar en la elección de la representante al Reinado Nacional de la Belleza, sino que era necesario buscar un mecanismo más acorde con la naturaleza del certamen. Fue así como el complejo y cuestionable sistema de representación llamado “reinado de belleza” encontró su media naranja en el principio del “reality show” y surgió el programa Bogotá Real organizado desde un canal privado de televisión. Dentro de las particularidades de este curioso evento se incorporó un conjunto de actividades culturales para las candidatas a señorita Bogotá, que incluyeron entre otras cosas que asistieran a una charla sobre arte. Cuando me llamaron para que fuera yo quien realizara esa tarea, sentí una mezcla de sensaciones y me asaltaron varias dudas ¿participar en un reality show? ¿hablar de arte ante candidatas a reinas de belleza? ¿hacer parte de la concepción hegemónica sobre las mujeres?. Después de pensar un poco creí que podría ser interesante la experiencia de plantearles una aproximación al arte desde una mirada de género y fue así como propuse, desde algunos fundamentos feministas, una charla centrada en torno a la pregunta ¿Qué significa tener cuerpo de mujer?.  Me interesaba comenzar con imágenes remotas en el tiempo, asociables fácilmente a la idea de arte, pero que permitieran ver la relación entre el cuerpo de las mujeres con ideas y actitudes políticas, para ir llegando a experiencias recientes, más difícilmente asociadas al arte canónico, en donde se vinculan otros discursos al cuerpo femenino.

Términos como la fertilidad, la maternidad, la sensualidad o la naturaleza han estado atados a la historia de los desnudos femeninos para mostrar el lugar que ocupan las mujeres dentro de una concepción patriarcal del mundo. La feminidad en abstracto, proyectada por los hombres, podía ser aceptada dentro del arte, más no así la auto representación realizada por las mujeres mismas y sus propios intereses. En 1989 las Guerrilla Girls realizaron su proyecto ¿Deben estar desnudas las mujeres para ingresar al Museo Metropolitano? Se trataba de un aviso, empleado también como valla o cartel, en que señalaban que menos del 5% de los artistas que conforman las colecciones de arte del Museo Metropolitano de Nueva York son mujeres, mientras que el 85% de los desnudos son femeninos. En ese recorrido por las imágenes del cuerpo de las mujeres dentro del arte, consideré necesario incluir algunas piezas en donde las mujeres emplearan su propio cuerpo para resistir las maneras en que los hombres las han llegado a representar y proponer significados diferentes a la consabida feminidad en abstracto. Las candidatas se mostraron todo el tiempo muy interesadas en estos asuntos y para mi sorpresa fueron receptivas en relativa medida a mis enfoques porque identificaron muchos aspectos de los que presente con su propio trabajo en ese momento, por paradójico que parezca.  En la emisión televisiva de la charla, por motivos obvios, solo aparecieron los fragmentos que se asociaban al arte del pasado y los clásicos desnudos pintados por hombres.

Hace un mes aproximadamente, la columnista de The Guardian, Germaine Greer, escribió un artículo sobre Arte y exhibicionismo en que se preguntaba ¿Por qué tantas artistas mujeres se utilizan así mismas dentro de su trabajo y muchas veces sin ropa?  A partir de su asistencia a una charla de Linda Nochlin acerca de la “dislocación de la tradición dentro del uso del cuerpo en las mujeres artistas”, extrajo el contenido de su artículo en donde deja ver una enorme suspicacia acerca de si tiene algún valor ese tipo de exploración.  Tomando bastante en serio las afirmaciones de Nochlin, Greer asimila el uso del cuerpo femenino a la superación de la dicotomía entre artista y modelo en una sola instancia, para tomar una posición ante las obras presentadas, muchas de las cuales eran parodias o críticas a piezas elaboradas por hombres. Al acercarse al perfomance, la opinión de Greer se tiño ligeramente de enfado porque no encontraba respuestas dentro de la charla que justificaran la necesidad de que las artistas utilizaran su propio cuerpo, y mucho menos desnudo.  También le intrigaba que muchas artistas del performance fueran bellas. Por eso concluyó que el empleo del desnudo acarrea una inherente explotación que puede llevar a que la única salida para una artista sea usarse a si misma, que el arte hecho por las mujeres no es tan bueno, que la tradición pictórica ha sido dislocada mas eficazmente por los hombres que por las mujeres y que el uso del cuerpo lleva a las mujeres a una tradición caduca que conduce hacia la nada.

En Colombia, a pesar de los innumerables reinados de belleza y de la costumbre de usar mujeres semidesnudas para cualquier estrategia publicitaria, el uso del propio cuerpo por parte de mujeres artistas es relativamente reciente. De forma similar a como ha ocurrido en otras experiencias latinoamericanas, el cuerpo en general se asocia a un terreno inalienable marcado por diferencias. Por eso para muchas mujeres la opción de recurrir a su cuerpo era una forma de resistencia a los significados habitualmente enlazados a la feminidad, mientras que para otras se ha asociado a la revisión de las representaciones culturales que determinan la identidad, el ámbito social y la política. Así mismo como un punto intermedio entre estas dos opciones, se puede mencionar el interés por la vida doméstica y su implacable laboriosidad.

La práctica del performance, tuvo su primer reconocimiento institucional en nuestro país, cuando en 1990 Maria Teresa Hincapié obtuvo el primer premio en el Salón Nacional de Artistas con su obra Una cosa es una cosa, en donde por espacio de ocho horas continuas organizaba, según diversos parámetros, todas sus pertenencias sobre el suelo. En los años ochenta otra artista colombiana, Maria Marmolejo había realizado acciones involucrando su fluido menstrual (incrementado con medicamentos) haciendo notar la ausencia simbólica de esta experiencia en el campo cultural.  A finales de los noventa la artista costarricense Priscilla Monge realizó la acción Día sangriento que consistía en caminar por la calle usando unos pantalones fabricados con toallas higiénicas para dejar notar que tenía el periodo, que apuntaba en una dirección similar. Ninguna otra experiencia corporal es objeto de tantos tabúes, como la menstruación, a pesar de los millones de mujeres que la viven una vez al mes y por lo tanto resulta incluso divertida la tímida alusión que hace sobre el tema la publicidad  cuando emplea líquidos diáfanos de color azul. Otra experiencia corporal de la mujeres que Monge también ha abordado, que igualmente suele mantenerse en la sombra es la del maltrato físico por parte de sus parejas, que en América Latina tiende a parecer peculiarmente tolerada. En su obra Lecciones de Maquillaje, de la misma época, ella se sometía a una sesión de maquillaje, registrado en video al final del cual revelaba visiblemente un moretón en su ojo derecho. Las marcas de la violencia en el cuerpo de muchas mujeres, disimulado con maquillaje también ha motivado las obras de las artistas colombianas Sylvie Boutiq ¿Severa o sumisa? y Libia Posada Evidencia Clínica. Sin embargo ellas dos vincularon a otras mujeres como soporte de la acción.

Con este brevísimo paso por nuestro contexto artístico más inmediato, podemos constatar que el uso del cuerpo por nuestras artistas no encaja del todo, ni con la lectura de Nochlin (sería motivo de otra discusión confrontar su visión sobre el tema con otras historiadoras feministas) ni con la sospecha de Greer. Además, podemos decir que el trabajo más complejo y sistemático de dislocación de la tradición artística en Colombia sido hecho en gran parte por mujeres, (Debora Arango, Beatriz Gonzalez, Doris Salcedo, Maria Teresa Hincapié) porque definitivamente las mujeres no son como las pintan.