Entre gustos
Publicado en: Arteria. no. 14.
Año: 2008
Hace un par de meses, en medio del afán de las compras navideñas, encontramos en un almacén de muebles, unas curiosas "pinturas", listas para ser empacadas en papel regalo. De lejos parecían ser representaciones de patrones geométricos repetidos, realizadas con sumo detalle. De cerca, esquivando sofás, mesas de centro, escritorios y comedores descubrimos que lo que parecía ser un cuadro pintado a mano era una tela de lycra estampada, que simplemente se templo sobre un bastidor. Circulando por esa exhibición de muebles y artículos para el hogar, aparecían más de estos extraños objetos. Algunos con el tamaño de un libro para niños, otros grandes como una puerta de armario. Sus estampados variaban y todos estaban ligeramente intervenidos con lentejuelas o encajes, cintas, cordones y ribetes de cortinas. Ya de salida, cerca a los puntos de pago, vimos en el piso cómo se amontonaban más de estas "falsas pinturas", cada una con su etiqueta a manera de ficha técnica, con su precio, sus dimensiones y su "título": "Cuadro en Tela Manuela", "Cuadro en Tela Dioptic", "Cuadro en Tela Vanessa".
Al principio uno puede sentirse engañado ante lo que parece ser y no es. Pero lo cierto es que estos objetos perfectamente reemplazarían una pintura. Son bonitos, lucen bien en una pared y son sumamente económicos. Claro, son algo más caros que un afiche, pero de evitan parecer reproducciones y por eso los compran. Una “pintura convencional" no es tan lejana a ellos porque también es un engaño. En un cuadro creemos ver cosas donde solo hay trazos de colores. ¿Habrán cambiado tanto así las pinturas y los gustos?
Por tradición, la palabra "pintura" remite a cosas como un retrato, un paisaje o un bodegón. Tres tipos de proyecciones, realizadas con pigmentos aplicados sobre superficies planas que se ubican luego de tal forma que generan la ilusión de que podríamos ingresar en ellas, como si fueran ventanas a un espacio contiguo. Eso engaño visual aparece tanto en las Meninas de Diego Velásquez como con los paisajes de William Turner o los girasoles de Vincent van Gogh. Sin embargo, la confluencia de fenómenos históricos, políticos y culturales, provenientes del auge del capitalismo y de la emergencia del socialismo, transformaron el papel de "la pintura" y "los pintores" dentro del campo social. Para no ser absorbidos por el sistema de producción industrializada del capitalismo, los artistas se vieron obligados a dar vital importancia a todas las huellas dejadas por ellos en sus obras -es decir los errores y accidentes que antes se evitaban porque derrumbaban la ilusión de realismo- como si se tratara de invaluables evidencias de humanidad. Así, trazos, manchas, salpicaduras, se asociaron con emociones y estados de ánimo del pintor (existía una presunción básica en la modernidad del artista como hombre) y parecían garantizar su irrepetibilidad, su originalidad, dentro de un mundo poblado por objetos producidos en serie.
Uno podría pensar entonces, que la diferencia entre una pintura realizada según las características anteriormente descritas y los objetos decorativos del almacén, radicaría en que estos últimos son producidos sin la intención de ser originales. Por supuesto no son bodegones o paisajes, pero tampoco semejan pinturas especialmente expresivas, llenas de rastros “de autoría”. Son cuadros que repiten patrones geométricos simples, en colores planos. Si un par de siglos atrás existió una línea difusa entre el arte y la decoración, se terminó borrando en el siglo XX con la emergencia de la pintura abstracta. Un artista como Jackson Pollock tuvo que vivir evadiendo la idea de que su trabajo fuera decorativo o trivial. Como consecuencia la abstracción terminó pareciéndose a sí misma y perdió todo contacto con la realidad cuando exacerbo su “contenido” filosófico para marcar su diferencia. Paradójicamente, muchos diseñadores y publicistas, en busca de la novedad, se apropiaron de sus resultados para fabricar muebles y accesorios provocando nuevamente la identificación del arte abstracto con la decoración. La postura del trabajo de una pintora como Bridget Riley, por ejemplo, perdió credibilidad cuando su obra se empleó para producir telas estampadas.
Pero así como la industria se basó en el arte abstracto; en los años noventa, algunos de los pintores que buscaban cerrar la brecha entre la abstracción y el mundo real, echaron mano de superficies o materiales que evocaran o hicieran referencia a algún detalle reconocible de la vida diaria, haciendo más difícil separar el arte de una dimensión cultural más amplia. Fórmicas, cordobanes, telas estampadas, tejas, enchapes o listones de madera, fueron entre otros, los materiales con que ellos “pintaron”, por decirlo así, sus cuadros. Incluso algunos utilizaron a su “enemiga” la fotografía. Danilo Dueñas, ha propuesto obras mediante la inclusión y transformación de objetos y materiales como llantas, tubos de neón, madera laminada o formica. Desde finales de los ochenta ha empleado esos materiales para conectar la pintura con la arquitectura y facilitar una experiencia “más concreta” de la abstracción. Pero ¿es este el tipo de arte que la gente del común pensaría que es decorativo y desearía adquirir para su casa?
Sobre el trasfondo de esta breve y somera historia, revisemos la escogencia de las telas que originaron los curiosos “objetos pictóricos” descritos al inicio. Podría decirse que durante un periodo histórico el arte y la decoración parecían enemigos, pero luego se imitaron mutuamente. Lo peculiar de los objetos en cuestión es que son piezas decorativas que se apropiaron de una forma de arte, que a su vez se adueño de la decoración. ¿Cómo encaja el gusto de los compradores en esta circunstancia? El gusto, popularmente hablando, parece distintivo de la capacidad innata de una persona para distinguir las características de las diferentes cosas que la rodean, pero analizado desde un punto de vista mas preciso tiende a revelarse como una construcción cultural del grupo social en que esa persona se desenvuelve. Nuestras preferencias de comida y música así lo comprueban. Por esa razón el gusto se puede “educar” como ocurre cuando aprendemos a comer o escuchar otras cosas. En relación a lo que nos gusta ver, el arte ha sido determinante. ¿A cuanta gente le gusta hoy Picasso y a quienes 100 años atrás? Para entender con mayor precisión los desplazamientos en el gusto e intereses de quienes desean llevarse un "Cuadro en Tela Dioptic", debemos ver el tipo de muebles que vende ese almacén. Se trata de muebles modernos, que llevan implícito un estilo de vida sofisticado y de “buen gusto”.
Evidentemente el gusto que estas piezas representan es distinto del gusto dominante décadas atrás, cuando los muebles eran Luis XV o cuando en las casas de estratos sociales altos colgaban dibujos realistas de gamines de Omar Gordillo. Los muebles remiten a Francia, una de las fuentes culturales más influyentes en la colonización europea y los dibujos simbolizan los residuos de lo que no encajó en los moldes de la “civilización”. De igual manera, estos últimos representan, para quien los posee, un acercamiento aceptable, a un hecho que produce cierta culpabilidad social. Como visiones refinadas de una realidad cruda, empatan con el mismo patrón de gusto, la misma intención, de los muebles afrancesados, cuyas volutas, tallas y enchapes embellecen y hacen dócil a la implacable naturaleza. Al parece hemos adquirido el gusto de disfrutar de lo que tamiza y domestica nuestro propio caos.
Desde mediados de los noventa, el trabajo del pintor Carlos Jacanamijoy funciona desde el mismo principio, por su origen indígena y porque sus enormes telas parecen adquirirse por un doble juego, decorativo y simbólico a la vez. Su atmósfera cromática replica las huellas expresivas que el arte moderno validó, aunque intenta referirse a la selva de la que es originario. Además, activa una circunstancia similar a la que evidenciaban los dibujos de Gordillo que José Roca señala de la siguiente manera: “Las malas conciencias colectivas - resultado de años de expoliación y discriminación de las comunidades indígenas - han encontrado en la obra de Jacanamijoy una vía para su expiación; Jacanamijoy provee una salida digna a este problema, validada socialmente por el mercado, que le ha abierto sus puertas de manera generosa.” Mientras esperamos un nuevo producto que oriente el gusto colectivo y avive el mercado, las telas de Jacanamijoy circulan casi industrialmente, como costosos estampados, pero quienes no tienen el poder adquisitivo suficiente siempre podrán encontrar un "Cuadro en Tela Vanessa", que combine con sus muebles.
Jaime Cerón y Humberto Junca