Fotográfica Bogotá 2007
II encuentro internacional de fotografía
Desbordando la objetividad
Desbordando la objetividad: Espacios y personajes
Alfredo Salazar, Andrea Padilla, Mónica Barreneche, Pablo Adarme
Sala Gregorio Vásquez Biblioteca Nacional
2007 - Bogotá, Colombia
Desbordando la objetividad: Espacios y personajes
Estar en capacidad de diferenciar un cuerpo de un espacio, desde el ámbito de la percepción, significa ver. Cuando se observa un dibujo, basta con recorrer minuciosamente el contorno de una de sus líneas, para identificar como dentro de ella se va configurando un cuerpo y afuera un espacio. En el campo de la fotografía la relación entre espacio y cuerpo conforman una convención cultural que se transfiere desde la experiencia del mundo hacia el contexto de la imagen final. ¿Es posible separar la experiencia del espacio, del formato en que una imagen fotográfica se presenta? Pero ¿no es también la fotografía una figura dentro del espacio de la pared en que se exhibe?.
Una manera de expandir la relación entre el cuerpo y el espacio es pensar en el papel que desempeña el sujeto que porta dicho cuerpo, dentro del campo social. El rol que asuma va a situarlo en relación con un espacio discursivo particular que involucra su actividad profesional, su sexualidad, sus intereses estéticos y sus formas de afiliación colectiva. Esos rasgos van a limitar igualmente con un determinado régimen discursivo que sirve de pantalla para proyectar todo lo que constituye la subjetividad. En este orden de ideas se puede plantear que la fotografía de un personaje moviliza ese campo discursivo de tal forma que configure la base de significación. Esto se incrementa cuando el personaje posa ante la cámara porque va a proyectar conscientemente la imagen pública que desea representar.
Si se trata de registrar fotográficamente un espacio, es evidente que también tiene una historia. El espacio no funciona en ningún caso como una zona neutral (pero incluso la idea de lo neutro ya esta política e históricamente determinada), sino como un compendio de representaciones y discursos que se atan a cualquier sujeto que se le aproxime o se inserte dentro de su campo. La manera como el espacio circundante predetermina la imagen hace notar como es el encuadre el lugar por donde ingresan códigos y representaciones culturales que la cargaran de sentido
Por lo tanto, la relación entre el cuerpo y el espacio llega a ser de tal forma interdependiente, que podría plantearse que la ausencia de uno de los dos, en cualquier tipo de representación, involucra potencialmente su presencia simbólica. El cuerpo ausente o el espacio inhabitado son dos de las estructuras visuales que podrían examinarse para ver como el cuerpo esta latente en el espacio, o como este es proyectado por el cuerpo.
Dos de los cuatro artistas reunidos en este capítulo de la curaduría de Fotográfica Bogotá 2007, Desbordando la objetividad, Mónica Barreneche y Alfredo Salazar, exploran la construcción de personajes, mediante fantasías y filiaciones distintas, mientras que una de ellos, Andrea Padilla, dirige su atención hacia el espacio, mediado por la categoría de paisaje. Pablo Adarme, por su parte, examina personajes en situaciones espaciales diversas que refuerzan su identificación.
Jaime Cerón
PABLO ADARME
Pablo Adarme aborda el cuerpo desde situaciones espaciales diversas, planeadas para contextualizar simulaciones de la finalidad última del cuerpo: la muerte. Sigmund Freud nos decía que los seres humaos vivimos para morir. Sin embargo esta hipótesis, conocida como la pulsión de muerte, señalaba para él la manera como la vida misma nos empuja hacia la muerte. Los efectos subjetivos de esta pulsión se manifiestan de lleno en diversos comportamientos sociales en donde parecería percibirse un “deseo de no ser”. Es así como Freud decía que lejos de añorar a diario la condición de la muerte en terminos obvios o directos, lo que nos empuja es un deseo inconsciente de hacer parte de grupos, políticos, religiosos, culturales, que refunden nuestro cuerpo en el espacio físico o discursivo del campo social.
Cuando Pablo Adarme, de la mano de diversas referencias artísticas o visuales, escenifica su propia muerte, está indagando sobre la manera como este fin pueda convertirse en un camino para indagar acerca de la lógica y significado del cuerpo. En ese sentido, el “deseo de no ser”, manifestado anteriormente, que nos hace fondo contra fondo en lugar de figura contra fondo dentro del mundo, se literaliza en estas imágenes para encarnar literalmente la fantasía que subyace a la muerte. Sus imágenes, concebidas serialmente, involucran el espacio como el límite donde el cuerpo se desmantela y donde comienza el juego simbólico de establecerle un valor a dicha desaparición.
MÓNICA BARRENECHE
Los asuntos ligados a la apariencia, fueron considerados por mucho tiempo como una circunstancia carente de importancia. Las concepciones humanistas acerca del sujeto, legitimaron todo lo que pareciera aislar la carnalidad del cuerpo -con todas sus implicaciones-, motivados por la creencia en la trascendencia o sublimación como unicas vias para motivar el pensamiento. Desde esa perspectiva la noción de superficie se asimilaba a la banalidad y carencia de sentido.
Desde los ultimos 40 años, sin embargo, corrientes de pensamiento afiliadas a la linguistica o al psicoanálisis, han tomado la superficie como la fuente del sentido. Asi mismo, han arrojado un halo de ilegitimidad en las aspiraciones de trascendencia o sublimación humanista al detenerse a examinar sus efectos ideológicos. La apariencia entonces se ha convertido en una especie de abismo insondable que permite indagar el sentido que puede acarrear el cuerpo.
La serie de imágenes que presenta Monica Barreneche se origina en un conjunto de personas que representan distintas posiciones subjetivas. Cada uno de ellos interpreta dos actitudes que proponen un sentido de comprensión del cuerpo y del sujeto desde las referencias culturales que articula la apariencia. La diferencia que se moviliza en cada caso, depende enteramente de su capacidad para señalar hacia campos sociales incluso antagonicos. De esta forma es la actitud, el atuendo y el contexto de representación son los elementos que actuan para inscribir estas posibilidades de encontrar sentido.
ANDREA PADILLA
Sus fotografías de lugares geográficos desolados siguen diversas tradiciones visuales, emblemáticas de la modernidad artística y cultural en occidente. Una de ellas es el paisaje, entendido como género, que parte de la premisa de que la realidad que se observa es validada por un modelo cultural previo, que le otorga a la escena su estatus de paisaje. Las implicaciones emotivas del género del paisaje, resuenan en la subjetividad por la singularidad del momento en el que una persona coincide con la escena presentada. Es la temporalidad de ese enlace entre observador y lugar, lo que se replica en la experiencia de ser el espectador de un paisaje. Ese momento de reconocimiento del paisaje como tal lo que fundamenta que el espectador sienta que la imagen que se le presenta le resulte relevante como signo.
Sus paisajes parecen representar a la naturaleza como una fuerza indómita e incomprensible. Los formatos empleados, siguen las huellas de una tradición complementaria al paisaje que tiene que ver con el espacio como principio evocador de la experiencia perceptiva per se. Muchas de las imágenes que han surgido de esta idea, suplantan el lugar físico del paisaje observado, por las condiciones atmosféricas, lumínicas o cromáticas que caracterizan el campo de la imagen.
La abstracción de es por lo tanto una de las estrategias que se emplearían para plantear ese espacio autoreflexivo como el lugar en que aflora la percepción. De esta forma sus conducen el paisaje hacia una experiencia espacial autónoma que se sostiene por la expectativa que genere en los espectadores.
ALFREDO SALAZAR
Los cuerpos que interviene y que luego registra fotográficamente, se conectan con diferentes convenciones culturales. En primer lugar parecen provenir de una lectura de la fisonomía humana, codificada de acuerdo a parámetros estéticos dominantes. De esa forma los cuerpos escogidos corresponden a un canon de representación social que puede ser rastreado histórica y políticamente. Un segundo nivel convenciones se deducen de las intervención materiales que se realizan directamente sobre la piel de los modelos, previamente al registro fotográfico.
Las conexiones que suscitan dichas intervenciones traen consigo dos ámbitos simultáneos de referencia que tienen que ver con gestos sublimadores tanto como con signos degradantes de la corporeidad.
Un tercer eje convencional se deriva del uso de la categoría de retrato que carga simbólicamente el cuerpo de subjetividad, porque se trata de una estructura de representación vigente durante varios siglos de cultura occidental.
De la relación entre estos tres niveles de codificación de lo real, surgen las imágenes que presenta Alfredo Salazar, que muestran, como lo hacen de muchas otras maneras un importante porcentaje de los artistas presentes en Fotográfica Bogotá, que el cuerpo es uno de los principales fundamentos para entender la manera como la realidad responde a patrones culturales previamente definidos.