Inventario de Máximo Flórez en SGR
Publicado en: ArtNexus. no. 154.
Año: 2018
Este artista colombiano, nacido en Bucaramanga, se formó profesionalmente en arquitectura como muchos otros creadores del campo de la escultura durante el último siglo. Sin embargo, a lo largo de sus aproximadamente 15 años de trayectoria artística, se ha mantenido en permanente diálogo con la disciplina en la que se formó académicamente. Desde sus obras tempranas comenzó a explorar uno de los principios compartidos no solo por el arte y la arquitectura, sino con todas las disciplinas que están encaminadas a procesos de proyección de imágenes, objetos o ideas, como es el caso del dibujo. El dibujo ha estado presente en las ciencias y en las artes como canal de mediación entre la experiencia de lo real, el pensamiento y las convenciones sociales y culturales. Los matemáticos dibujan, tanto como los ingenieros, los diseñadores industriales y los artistas, de ahí que pueda entenderse el dibujo como una suerte de realidad paralela o más bien como un equivalente virtual de la realidad.
Los dibujos de Máximo Flórez comenzaron a plantearse como instalaciones, que eran configuradas con hilos y clavos directamente en el espacio arquitectónico, pero luego exploraría la posibilidad de crear situaciones, imágenes y potenciales espacios al interior de cajas de madera en donde, igualmente generaba configuraciones con hilos tanto negros, como de otros colores. El hecho de reemplazar la línea virtual del dibujo por una línea real -el hilo- conecta las imágenes resultantes con la materialidad del mundo, que caracteriza desde lo más sólido y robusto hasta lo más frágil y sutil.
A pesar de su carácter escultórico, la obra de Máximo Flórez está en continuo diálogo con los distintos emblemas visuales que la abstracción pictórica ha generado a lo largo de los últimos cien años. Esto ha generado una suerte de paradoja dado que la escultura tiene una profundidad real, porque ocupa un lugar en el espacio, mientras que la pintura solo posee una profundidad ilusoria, producida por convenciones culturales. Por esa razón sus obras vuelven literales las convenciones culturales que dan forma a los emblemas visuales antes mencionados, generando en los espectadores la experiencia de “caer en la trampa de una estructura frontal” para luego salir de ella al poder escudriñar la manera como fue construida materialmente. Muchas de sus obras se han afiliado al emblema de la retícula (explorada sistemáticamente por artistas como Piet Mondrian o Agnes Martin, entre muchos otros), mientras que en otras ha explorado el emblema del monocromo (revisado por artistas como Robert Ryman o Ad Reinhardt) y en otras más ha desarrollado el emblema visual de las estructuras concéntricas (como las que abordó en muchos casos Josef Albers o Frank Stella).
estos emblemas han sido analizados dentro de distintas corrientes artísticas a lo largo del último siglo y han dado cuerpo a las imágenes abstractas que no parecen describir el mundo objetivo, sino que solo llegan a existir en el ámbito de la visualidad. Este término es interpretado en el arte tanto en lo que concierne a la dimensión social de lo visual como a la dimensión visual de lo social. Cuando una persona ve cualquier cosa, está enmarcada en un conjunto de códigos culturales que hacen que vea lo que “debería ver”. En el contexto del arte, la experiencia del espectador está sustentada en todas las convenciones estéticas que le dan forma a la imagen.
En su proyecto “Inventario”, realizado entre octubre y diciembre de 2017 en la galería SGR, en el Barrio San Felipe de Bogotá, Máximo Flórez retornó a la instalación, pero sobrepasando la dimensión del dibujo en el espacio de sus obras iniciales, para articular los espacios virtuales y discontinuos de sus cajas a un entramado constructivo que entró relación directa con la arquitectura específica del espacio y que incorporó directamente el color y la luz. Una parte del proyecto estaba situado dentro de una zona de penumbra, que era en donde aparecían piezas con luz y la otra parte en un espacio luminoso en donde se situaban sobre una repisa las obras de carácter objetual -que eran laminas traslucidas de colores planos y brillantes. Las imágenes de la primera parte del proyecto se percibían como atmosferas cromáticas en la experiencia perceptiva de los espectadores, que acudían a los principios de las estructuras concéntricas mientras que las de la segunda se asemejaban más a los artefactos que pueden hacer parte del ámbito del cuerpo y que apelaban a la idea del monocromo.
La muestra funcionaba como una gran instalación que funcionaba como una pintura expandida en donde la función del marco parecía desempeñarlo el edificio proponiendo que toda la obra era una sola imagen, pero a la vez hacía pensar que las estructuras de madera eran los límites de la obra y que los cubos blancos y sus espacios cromáticos y lumínicos, eran sus imágenes constitutivas.
Jaime Cerón, Bogotá
febrero de 2018