Las pulsiones y sus destinos: vivir y morir en Colombia
Publicado en: Colombia El riesgo es que te quieras quedar.
Año: 2013

Siempre me ha resultado intrigante la manera como los seres humanos tramitamos las situaciones conflictivas que emergen de nuestros diversos vínculos con el contexto en que vivimos. Ante algunos de los hechos que parecen vulnerar nuestros derechos podemos reaccionar estoicamente y aguantar los abusos. Sin embargo, a veces, frente a hechos ordinarios que podrían ser vistos como los constituyentes primarios del mundo cotidiano, reaccionamos visible y contundentemente, de manera agresiva, porque notamos que un umbral que creíamos inexistente se ha desgarrado. Pero hay situaciones que escapan irremediablemente de toda posibilidad de control por parte nuestra, porque se derivan de actos de otros seres humanos -que se guían por sus propias coordenadas y convicciones- y que ponen en riesgo nuestra integridad moral e incluso física. Es en ellas en donde claramente vemos materializarse la idea más común de violencia.
El proyecto Colombia El riesgo es que te quieras quedar sin…reúne 13 relatos cortos narrados en primera persona, que exploran las experiencias y reacciones de sus protagonistas, ante diversos hechos de violencia. Todos los autores hacen parte de distintas dimensiones del campo del arte, siendo artistas la mayor parte de ellos. Sin embargo, sus posturas, argumentaciones y análisis distan de ser homogéneos, lo que nos recuerda que el mundo del arte está habitado por otros mundos, como ocurre con cualquier campo social. Aunque sus protagonistas estén relacionados específicamente con las prácticas del arte, también participan de otras dinámicas culturales y por eso han tenido que hacer parte de las situaciones que demarcan la forma de la realidad histórica, política, social y económica de Colombia.
Las personas que viven en un lugar, como por ejemplo Colombia, proyectan su experiencia en el mundo de acuerdo a sistemas de representación cultural altamente heterogéneos. No a todos nos parecen bonitas las mismas personas, ni a todos nos resultan hilarantes los mismos chistes. Pero yendo un poco más lejos, podemos afirmar que es evidente que a pesar de vivir en un mismo espacio, no todos hemos habitado los mismos mundos.
Cada uno de esos mundos opera como un grupo social autónomo o más bien como una cultura, de ahí que los conflictos sociales entre los miembros de estos grupos se nombren como conflictos culturales. Reconocer la existencia de estos conflictos al interior de un mismo campo social, implica revisar sus trasfondos económicos, históricos y sociales, sopesando las tensiones ideológicas que han motivado su compartimentación.
Para intentar comprender los principios de negociación que delimitan la vida en los contextos específicos que se aglutinan bajo el término “Colombia”, es importante aproximarse a los núcleos que sustentan las diferencias culturales de los grupos que se disputan este territorio. Dichos núcleos podrían funcionar como los “rasgos de identidad” de las culturas que conviven en estos territorios que son compartidos por los distintos sujetos que se han afiliado a ellas.
El problema es que la noción de identidad cultural (que determinaría el perfil de cada grupo social por separado) encierra una inquietante paradoja. El término “identidad” significa grosso modo autodefinición, pero teóricamente es improbable que los seres humanos nos autodefinamos, porque para hacerlo requeriríamos del uso de categorías; y las categorías por definición han sido determinadas por otras personas, que incluso han existido antes de nosotros. En ese orden de ideas, los sujetos nos “alienamos” porque confundimos la identidad –que es autodefinición-con la identificación -que es la definición a partir de otra cosa-. Por lo tanto, lo que creemos que somos nosotros mismos es determinado por lo que seleccionamos como uno de nuestros rasgos, a partir de las características de otras personas o grupos, con quienes nos identificamos porque nos asumimos como sus semejantes.
Entonces si la identidad es indiferenciable de la identificación, los grupos sociales no puedan definirse a sí mismos si no se mezclan con otros grupos. Fredrick Jameson señala que la cultura no es una sustancia, sino un “espejismo objetivo” que surge de la relación entre al menos dos grupos. Él aclara que todo contacto entre uno y otro grupo es violento, porque terminamos siendo conscientes de nuestras fronteras culturales (e incluso geográficas), cuando alguien más las demarca desde afuera de manera traumática. La “cultura” es lo que percibe un grupo que entra en contacto con otro grupo y lo observa. Nuestra cultura es “la recuperación de la visión del otro sobre nosotros”; es la apropiación “de ese espejismo objetivo por el cual el otro se ha formado una imagen de nosotros como “poseedores” de una cultura”.1
Los relatos que conforman el proyecto Colombia El riesgo es que te quieras quedar sin… describen situaciones derivadas de experiencias de violencia que pueden ser tomadas como reales por el tono emocional que emplean y por las convenciones narrativas de las que echan mano. Hablar en primera persona y aludir a respuestas emocionales privadas ha constituido la base de la convención cultural que entendemos como “sinceridad” dentro de la cultura hegemónica occidental. Esta convención podría ser comparable a las chorreaduras o salpicaduras que han empleado pintores y dibujantes para movilizar la idea de que la obra es el resultado de una experiencia personal o de una expresión interna.
Sin embargo, una de las múltiples ideas que emergen como resultado de la lectura de los textos, es que algunas de estas narraciones podrían estar constituidas por una dosis de ficción, (lo que no las hace necesariamente menos reales) movilizando nuevas formas de afiliación subjetiva. . Esta sensación emerge con más facilidad cuando las palabras suscitan más eficazmente imágenes y donde las opciones narrativas son más sofisticadas. Sin embargo la suspicacia del lector puede invertir el código y pensar que son los relatos más escuetos, y no los más sofisticados los que han sido anudados con base en artificios. Desde estos dos puntos de vista, todo el conjunto de relatos parecen desclasificar la convención cultural usada como principio de organización en librerías y bibliotecas, cuando organizan los libros según los códigos de ficción y no ficción.
Esta ambivalencia interpretativa de los textos logra suscitar vínculos altamente emocionales dentro de la lectura y motiva procesos de identificación con los protagonistas de los relatos que amarran a los lectores al ejercicio imaginario de ponerse en su lugar.
El tono de un relato como el de Francisco Toquica, marcado por un testimonio tan emocionalmente desgarrador, logra parecer tan transparente a los hechos que narra que parece una crónica documental, mientras que un tono similar, unido a una evidente versatilidad narrativa, en el caso de Liliana Vélez nos puede suscitar la idea de que su escrito no es nada más que un cuento. El texto de Toquica confluye argumental (y vivencialmente) en la dolorosa pérdida de su hermano, que es una experiencia en la que también se basan los relatos de Santiago Echeverri y Wilson Diaz, cuyo hermano y hermana también fueron asesinados. En el caso de Diego Piñeros el asesinato de sus tíos, lo conduce a un nivel de decepción tan radical que parece una situación sin opción de salida.
Edinson Quiñonez y Gustavo Rancines comparten no solo el carácter escueto de sus narraciones, sino que sus vivencias describen un universo cultural que está ausente de los demás relatos. Sus textos emergen desde unos puntos de vista que solo permite asumir una orilla socioeconómica y cultural diferente en relación con las tensiones (por decirlo así) que generan las enormes desigualdades sociales en Colombia. El trasfondo económico es analizado por muchos de los escritos, pero se hace enteramente protagónico en los casos en que se relatan “robos que salieron mal”. Es el caso de Elkin Calderón, Alejandro Mancera e incluso podría ser el móvil del disparo que recibe John Briñez.
Aunque las motivaciones económicas aparezcan y reaparezcan en diferentes lugares, no son el único factor que parece haber incidido para llegar a “zanjar” los diferentes mundos en que habitan ya sean los protagonistas -o los narradores de las historias- y los perpetradores de los hechos de violencia.
Solo la historia de Luisa Roa aborda el problema de la violencia de género. Revela una experiencia altamente perturbadora porque todos los protagonistas parecen integrar inicialmente el mismo universo cultural. Solamente con el desenlace puede notarse la fisura que separa los universos que habitan la mujer y los hombres, pero queda el sin sabor de que los “varones” de la historia nunca se lleguen a enterar.
Pero los lectores también habitan diferentes universos culturales y por esa razón debería estar hablando desde mi propia experiencia de lectura, de mis propios procesos de identificación y de mis propias concepciones y representaciones (o más concretamente de las del grupo social al que pertenezco), porque algo que queda planteado con el conjunto de relatos es que sus protagonistas no comparten los mismos referentes de existencia. En ese sentido, debo mencionar que me sentí mas involucrado en algunas situaciones que en otras, porque en ciertos relatos logre proyectar mi dimensión imaginaria con mayor facilidad y fluidez. Esto hizo que las historias menos vinculables a mis propias vivencias se asemejaran un poco más a una estructura de ficción, mientras aquellas que más tocaban experiencias compartidas me resultaran familiares. Imagino que a otros lectores les ocurrirá algo similar, pero con otros de los relatos.
Dentro del conjunto de los relatos, los casos de los “robos que salieron bien”; es decir, en donde no hubo una amenaza absoluta a la integridad física de los involucrados, no tuvieron necesariamente mejores desenlaces. Tanto Carlos Franklin como Michele Faguet vivieron una experiencia momentánea de secuestro (habría que ver que tan momentánea fue mientras duró) como el proceso para efectuar el robo y ambos tuvieron que experimentar la vulnerabilidad de su existencia humana. Por injusto que parezca, ambos sintieron que fallaron al identificar las señales del peligro. Sin embargo fue Faguet quién más enfáticamente centró la atención de su relato en las reacciones posteriores al hecho, en donde se percibe su descontento por la identificación imaginaria con la que los sujetos (al menos en Colombia) solemos enfrentarnos a los hechos del mundo cotidiano. Si nos cuentan un chiste, contamos otro de regreso y si nos relatan un accidente contamos uno que conozcamos o nos haya ocurrido. Ella manifiesta que fueron sus diferencias culturales las que parecen haberla conducido a una imposibilidad de “superar” el trauma, pero ella también intenta establecer una identificación imaginaria con sus victimarios, suponiendo si ella actuaría igual al estar en el lugar social y económico que ellos ocupan. Procesos de identificación imaginaria similares son los que empleamos los lectores para encontrar sentido a los textos.
Si pensamos en el carácter privado del proceso de identificación imaginaria que surge al leer estas historias, es necesario considerar las variables que se desprenden de las problemáticas que determinan la subjetividad. Haciendo una alusión genérica a esas problemáticas habría que nombrar al menos la memoria, el afecto, la sensibilidad, el deseo y el cuerpo. Cada una de ellas, a su vez se abre en por lo menos dos sentidos interpretativos que comprometen el orden del sujeto y el campo social en que se inscribe, expresados como un adentro y un afuera respectivamente.
Tomando en cuenta la manera como los autores de los relatos plantean un cuestionamiento a las dualidades que se asocian innegablemente con la intimidad en términos de un adentro y un afuera, se podría pensar que están explorando la más radical paradoja que encierra el término y que fue nombrada por Jacques Lacan mediante el neologismo “extimidad”, concepto descifrado, posteriormente por Jacques Alain Miller. Este concepto proviene de las preguntas acerca de la naturaleza del objeto del deseo en los seres humanos tanto como del objeto que causa ese deseo. El objeto del deseo está más allá del deseo, pero lo que causa que deseemos tal objeto, está más acá de él. En esa distancia paradójica entre el sujeto y su objeto es que tiene lugar la experiencia de la extimidad.
La extimidad sería entonces una imagen simultánea del adentro y el afuera del sujeto, o algo que se experimenta a la vez como lo más propio y lo más extraño. Nos está mostrando la manera cómo una experiencia íntima se fractura por su carácter incompleto hasta llegar a evidenciar que lo íntimo de una persona se encuentra vacilante, realmente en su exterior. Esta situación puede inferirse muy bien dentro del texto de Edinson Quiñones, en donde es más evidente que en los demás, el vínculo emocional que se construye ante la vulnerabilidad de los seres queridos, pero también puede rastrearse en los relatos en donde esos seres queridos han sido violentamente extirpados de la experiencia íntima de los sujetos-narradores.
La experiencia subjetiva de atracción y rechazo de la que parece provenir el neologismo de Lacan, se sustenta con cierta legibilidad en las reflexiones que hizo Sigmund Freud acerca de lo siniestro, que se hacen pertinentes para este texto en la medida en que la vivencia de “lo siniestro” compromete seriamente el concepto de lo íntimo y de hecho funciona como la base de cualquier experiencia de terror; entendido el terror en cuenta emoción estética. Para Freud lo estético no se ocupa de lo bello sino que se fundamenta en estudiar las cualidades de la sensibilidad humana y sus respectivos impulsos emocionales.
Para esclarecer el significado de “lo siniestro” -unheimlich en alemán-, es necesario decir que su raíz etimológica implica en principio una valoración como algo no-familiar, .Por ese motivo Freud emprendió un minucioso análisis semántico sobre los sentidos que había ido acumulando el término que le dio origen: lo familiar y fue así como encontró dos grupos de acepciones de sentido contrapuestas entre sí. En la mayor parte de ellas la palabra familiar se entendía como algo conocido o cercano, incluso cotidiano. Sin embargo en otro grupo de acepciones también llegó a interpretarse como algo misterioso o disimulado, es decir radicalmente privado. Por ese motivo lo familiar podría ser algo que debería haberse mantenido oculto o permanecido en secreto, pero que se manifestó. Entonces, la emoción estética de “lo siniestro” estaría definida por Freud como un suceso reprimido que retorna involuntariamente en el sujeto. Su núcleo radicaría en alguna vivencia enteramente familiar que se volvió extraña al asociarse a un evento traumático. Recordar involuntariamente esa experiencia familiar desencadena la angustia o incertidumbre intelectual porque trae consigo, inconscientemente, el trauma reprimido. Mucho del arte que se asocia tranquilamente al espacio doméstico, privado o intimo, termina acarreando sentidos inquietantes porque llega a generar identificaciones de carácter siniestro en los espectadores.
Es en parte de estas identificaciones de donde extraemos los sentidos que imaginamos como trasfondo de los textos que reúne esta publicación. Es en ellas en donde yace la posibilidad de que estos ejercicios de escritura y su subsecuente lectura puedan llegan a restablecer, quizás en vano, un sentido de humanidad que agrupe por igual a todos los personajes presentes en las historias.
Jaime Cerón
1Ver Fredrick Jameson, Sobre los estudios culturales, en “Estudios Culturales, reflexiones sobre el multiculturalismo”, Paidós, Mexico, 1998, Págs. 101-102