En 1985 la sección de artes plásticas de la Biblioteca Luís Angel Arango, a cargo de Carolina Ponce de León, generó el programa Nuevos Nombres. El fundamento curatorial de ese programa consistió más en el criterio de búsqueda de los artistas que en los parámetros de conformación de cada una de las exposiciones que hacían parte de él. Su título indica la manera en que el programa intentó inscribir nuevos artistas (o artistas jóvenes) dentro del campo cultural, jugando con los efectos más arraigados socialmente dentro del arte moderno: la autoría y la originalidad.
La tarea desempeñada por este programa, al final del siglo XX, solo fue anticipada por el Salón Ravinovich instaurado por el Museo de Arte Moderno de Medellín en 1981, pero, antes de que cumpliera cinco años de existencia, ya aparecían esfuerzos análogos, como la Bienal de Arte de Bogotá o el Salón de Artistas Jóvenes de la Galería Santa Fe. Al final de los noventa eran casi incontables los espacios que intentaban promover el trabajo de los jóvenes artistas.
Después del retiro de Ponce de León, a mediados de los noventa, José Roca, quién asumió su cargo, invito a diferentes curadores a trabajar dentro del programa y propuso luego una orientación hacia el ámbito regional con el proyecto Imagen Regional a cargo de Raúl Cristancho. Incluso se realizó la muestra latinoamericana Sueños concretos curada por Carlos Basualdo en 1997. Luego se vislumbró un programa con un espíritu similar como ha sido el ciclo de exposiciones de la Alianza Francesa en Bogotá que durante los años que van corridos de la primera década del siglo XXI ha ofrecido una interesante alternativa de circulación para proyectos de artistas jóvenes.
En este mismo periodo el programa de Nuevos Nombres estuvo casi ausente del campo artístico hasta que en 2003 reapareció con una propuesta de curaduría articulada desde un eje altamente afín a los proyectos de muchos artistas jóvenes: Tecnología de la desilusión. El nombre venía de una obra homónima de Ximena Díaz, que se incluyó dentro de la muestra. Su curador, Luís Fernando Ramírez, se formó como arquitecto, ha realizado proyectos artísticos, principalmente en fotografía, y tiene una importante experiencia como museógrafo. Esta exposición difiere de las anteriores muestras de Nuevos Nombres no solo en la cantidad de artistas propuestos, diez en total, o en la incorporación de un título orientador de la lectura de la muestra, o en la presencia de artistas provenientes de distintas generaciones; sino en una apuesta rigurosa por los alcances de la práctica curatorial como principio lógico de comprensión e inscripción pública de la actividad propia del campo artístico.
Actualmente se presenta en la Casa Republicana de la Biblioteca Luís Angel Arango la segunda muestra curada por Luís Fernando Ramírez para este programa, que esta vez lleva el título de Lugar-no lugar o el espacio entre las cosas. Aunque este nombre pueda sonar a lugar común dentro de las practicas artísticas contemporáneas, sigue teniendo relevancia su sentido y en particular el tipo de apropiación desde el cual llega a delimitar el enfoque curatorial de la exposición.
El proyecto reúne un generoso número de obras de más de veinte artistas, (incluidos dos colectivos) que se aproximan de maneras diversas a las implicaciones del marco conceptual de la exposición. El hecho de recurrir a un contexto discursivo como la antropología, de donde Ramírez extrae en parte su enfoque sobre el eje temático de la muestra, le permite utilizar activamente la heterogeneidad como un principio de comparación entre entidades disímiles para proponer un sistema de relaciones.
Según Marc Auge la relación entre los términos lugar / no lugar permite descifrar el carácter social del espacio. Al hablar de no lugar, Auge señala la emergencia de sitios de paso o espacios de circulación, que restringen cualquier indicio de identificación subjetiva por el hecho de son lugares de la gente sin lugar. El pone como ejemplos los supermercados, las autopistas o los aeropuertos. Auge no moraliza esta experiencia sino que la señala como una condición a tomar en cuenta para comprender los rasgos culturales del presente.
La exposición parece asimilar estas ideas en por lo menos dos sentidos. En primer lugar estaría el ámbito referencial de las propias obras que podría entenderse por la dicotomía entre lo doméstico y lo urbano. Las evidencias de lo privado o lo público estarían señalando una posibilidad o imposibilidad de generar parámetros de identificación entre los sujetos y los espacios. En un segundo sentido las obras recurren a diversos tipos de estrategias conceptuales para convertir la misma exposición en una situación demarcada por la lógica del lugar / no lugar.
El recorrido de la muestra inicia con una instalación de Carolina Rojas que se refiere al ámbito doméstico por excelencia: la cocina, para conectarse con diferentes obras que se sustentan en una reducción de escala de un espacio parecido en su valoración simbólica: la habitación, como ocurre con Maria Teresa Corrales o Carlos Otálora. Otras obras en la muestra, transforman la escala de los objetos ordinarios (ampliándolos o reduciéndolos) para alterar las opciones de identificación de los espectadores. En la exposición estos cambios suscitan fácilmente la posibilidad de pensar en el espacio intimo como otro lugar de paso, como un espacio estándar que impide la habitabilidad o en el espacio urbano como un sitio de encuentro que suscita la conformación de una comunidad.
Las obras de Manuel Quintero y Saúl Sánchez parten de una misma situación referencial; la densidad visual o sonora de la calle, pero suscitan dos tipos distintos de situaciones de experiencia. El primero demanda una participación activa del cuerpo del espectador para tener acceso a un recorrido sonoro, pedaleando como lo hacen cientos de trabajadores que recorren la ciudad en bicicleta. El segundo requiere de una percepción contemplativa que relaciona lose fragmentos residuales de la ciudad, como las tapas de gaseosa incrustadas en el asfalto, con la difícil movilidad de sus habitantes. Sin embargo los problemas que plantean no son tan distintos. Tienen que ver con valorar la circulación de las personas como potenciales principios de habitabilidad de la ciudad, que la harían pasar del no lugar al lugar.
Seria extenuante hacer un seguimiento por todos los proyectos presentes en la muestra, para señalar la manera en que amplían o debaten las coordenadas conceptuales de la exposición, pero lo que si vale la pena mencionar, ya para terminar, es la diferencia existente entre el programa de Nuevos Nombres y los demás espacios de promoción del arte joven en Colombia porque permiten que la comprensión que se pueda tener no se reduzca al interés particular de los trabajos participantes sino que apunta a leer una situación cultural de la cual distintos artistas participan, al margen de que las obras sean “buenas” o “malas”.
Jaime Cerón