María Isabel Rueda y las prácticas fotográficas



Parte de: Enfoques
Doce artistas colombiano UBS.


Año: 2008

Aunque su trabajo se ha producido fundamentalmente a través de la fotografía, no se podría decir que Maria Isabel Rueda sea una fotógrafa.  Al igual que muchos artistas contemporáneos, ella ha optado por la apropiación de los rasgos comunicativos, las implicaciones socioculturales y los medios de circulación característicos de las imágenes fotograficas, cuando éstas se producen fuera del mundo del arte. Para la consolidación del estado actual de las prácticas artísticas, ha sido determinante el papel de la fotografía, que de la mano de los cuestionamientos y críticas institucionales a la categoría de arte con mayúscula, realizadas por artistas y teóricos en las décadas de 1960 y 1970 ha abierto la posibilidad de generar imágenes que no establezcan una distancia frente a los bagajes culturales de sus espectadores.  Por eso, varios enfoques teóricos actuales han insistido en separar las practicas fotográficas propias del campo del arte de nuestra época de la noción de "fotografía artística", que caracterizó la recepción de la actividad fotográfica dentro del arte moderno.

La noción de "fotografía artística" intentaba legitimar la imagen fotográfica según las categorías de singularidad, autenticidad u originalidad, que se utilizaban dentro de la modernidad para valorar la pintura. Por lo tanto lo que se pensaba como válido dentro de una "fotografía artística" era su rechazo de las propiedades o características que definían a la fotografía como tal, fuera del mundo del arte. La "artisticidad" de la fotografía, desde esa óptica, implicaba que lo capturado por ella sería visto como una estructura formal desligada del ámbito de lo real, cuyo valor simbólico dependería de su manera de explorar dichas convenciones estéticas.

María Isabel Rueda ha orientado su trabajo hacia el reconocimiento de rasgos o características culturales que se evidencian en la superficie de personas o lugares y que permiten ver su pertenencia a concepciones de realidad determinadas. En la serie denominada Revés, ella retrata, a todo color, jóvenes provenientes de diferentes condiciones socioculturales que evidencian posturas o actitudes cercanas entre sí, en la elección de sus atuendos.  Curiosamente, esta cercanía no involucra la adopción de un "estilo" o normativa compartida en los parámetros de gusto de estas personas, sino más bien una exuberancia en la elección de las prendas y accesorios que parece representar su intento de particularidad generacional. Esta situación se vuelve más visible por el eco que generan las locaciones (por así decirlo) en que son fotografiados todos los personajes que se compone de frondosos y exóticos trasfondos vegetales. De esta manera, tanto el paisaje natural como el cultural de Bogotá, presentan equivalencias o proximidades en los mencionados aspectos de las imágenes. Otro proyecto muy similar en intereses es Vampiros en la Sabana, que retrata en blanco y negro mujeres enfocadas de cuerpo entero, en quienes lo gótico prefigura los tipos de construcción corporal que utilizan para representarse. De nuevo, el escenario que las rodea sirve como un detonante del sentido de su trabajo, dado que se compone de vegetación inerte o al menos en proceso de serlo.

Estos dos proyecto implican un contacto fortuito entre la artista y estas personas, en algún punto de la ciudad, que motiva un encuentro acordado en un sitio particular, para cada caso, en donde tiene lugar la toma fotográfica.

La descripción de los anteriores proyectos introduce problemáticas que podrían extenderse a obras anteriores y posteriores de Maria Isabel Rueda, en donde la fotografía funciona como el mecanismo adecuado para registrar una serie de representaciones que emergen por las construcciones culturales que operan a los dos lados de la cámara.  Las superficies de las imágenes resultantes, son entonces un testimonio de la coincidencia de esas representaciones que parece regular la manera en que aflora la subjetividad de cada una de las personas involucradas en el proceso.  De ese modo, el poder que caracteriza el acto fotográfico, se emplea como un detonante para que los espectadores seamos conscientes de nuestra propia participación dentro de ellas, a través de las identificaciones y apropiaciones que generamos a partir de nuestras aproximaciones.