Santa
Texto respecto a la obra Santa de Miguel Ángel Rojas en el catálogo Variantes Discursivas de la colección del MUSAC.
Año: 2010
Miguel Ángel Rojas fue pionero en el uso de la fotografía como práctica artística en Colombia. Desde comienzos de la década del setenta, exploró la fotografía, que veía como un fundamento de la experiencia visual del mundo, empleándola inicialmente como un vehiculo de aproximación al dibujo o el grabado, para luego concebirla como medio definitivo. Comenzó a interesarse en los procedimientos fotográficos, paralelamente a su etapa de formación artística, cuyas técnicas dominó incluso antes de ingresar a la carrera de arte.
Desde sus primeras obras, se le hizo evidente que el arte demandaba una vinculación con algo externo a sus propios medios, a diferencia de lo que parecía ser la ambición de la mayor parte de los artistas colombianos que se encontraban activos en ese momento. Por eso se interesó tempranamente en hacer notar la contingencia de su mirada y el contexto particular en que se producía su identificación con el mundo. Llamaron su atención los estereotipos de representación masculina en el cine, particularmente los vaqueros de los Westerns, que parecieron suscitarle identificaciones imaginarias asociadas al deseo. Pero luego, le prestó atención a las cosas que ocurrían en las salas de cine que presentaban este tipo de películas de manera rotativa, que situaban la acción de este lado de la pantalla. Rojas decidió documentar dichos encuentros homosexuales; en muchos casos perceptibles solamente por algunas señales o actitudes corporales sutiles, o en otros visibles de forma mucho más explícita, ocultando la cámara con distintos artilugios y disimulando la obturación del diafragma con algo de tos. Por las difíciles condiciones técnicas, ausencia de luz, imposibilidad de encuadre, ausencia de foco, las imágenes resultantes son en cierta medida producto del azar y son renuentes a hacer visible del todo lo que ocurría en estos lugares. Las tres series fotográficas resultantes, que reciben el nombre de las salas de cine donde fueron creadas: Mogador, Imperio y Faenza, son piezas claves en la historia del arte contemporáneo en Colombia, tanto por lo que señalan como por la forma de hacerlo.
Al explorar la condición de marginalidad a la que estaba sometida la diferencia sexual, que tenía como único ámbito posible la oscuridad y crudeza de los cines y sus baños, Rojas se interesó paulatinamente en otras particularidades de su contexto cultural. Se fijó en el contraste entre la vida urbana y la rural, la irresuelta historia de la condición colonial, el fenómeno del narcotráfico y los efectos culturales del conflicto armado en Colombia. En las décadas siguientes exploró prácticas como la instalación, el dibujo, la pintura, y experimentó con los procedimientos fotográficos, para acercarse a las diferentes situaciones en donde podrían relacionarse estas problemáticas.
La obra Santa, de 2005, consiste en una serie de cuatro fotografías de gran formato, que en principio dejan ver un característico paisaje del bosque de niebla de los Andes colombianos. Su interés en este lugar, proviene en principio de su propia experiencia de vida en relación con las montañas, responsables de los peculiares cambios de clima de la zona tórrida, indiferenciables a su vez de los rasgos culturales de las comunidades que habitan estos distintos pisos térmicos. Miguel Ángel Rojas vivió su infancia entre Girardot, una pequeña ciudad al nivel del mar con un clima cálido todo el año y Bogotá, una gran ciudad a 2.600 metros sobre el nivel del mar con un clima relativamente frío todo el año. Las dos ciudades están apenas a dos horas de distancia, pero las diferencias culturales entre las dos las hacen parecen enteramente remotas. El trayecto entre las dos esta acompañado por el tipo de paisaje montañoso y nublado que aparece en Santa I. Las primeras imágenes artísticas que registraron estos parajes fueron realizadas por viajeros europeos, que con su particular mirada científica aplacaron la ferocidad de la naturaleza, en dibujos y grabados que domaban el paisaje americano en concordancia con los cánones europeos de representación. En esas imágenes, que sustentaron la posterior valoración del paisaje de la sabana de Bogotá, habita el germen colonial que tanto interés ha despertado en Miguel Ángel Rojas en la última década. Por medio de su trabajo de las últimas dos décadas, él ha comprendido el papel desempeñado por los nuevos transfondo coloniales, como el que genera la influencia del imperio norteamericano sobre toda sur América, dentro del conflicto armado en la guerra suscitada por el narcotráfico.
En Santa, la humedad del bosque de niebla parece intensificarse con una lluvia sugerida por la impresión ordenada de unas pequeñas imágenes a lo largo y ancho de la superficie del paisaje fotografiado. Estás impresiones en tinta blanca, superponen una infinidad de veces el emblema de la calavera y los huesos cruzados -globalmente alusivos a la presencia de sustancias tóxicas o venenosas-, al paisaje, dejando ver una especie de riego venenoso que cae sobre las montañas. En medio de la imagen estos emblemas configuran la frase “caiga de lo alto bienhechor rocío como riego santo”, extraída de un verso de la novena católica de la navidad, muy popularmente arraigada en Colombia. Si bien en el contexto del rezo la frase alude a al fertilidad de la niebla, el cruce dentro de la obra con el emblema del veneno, sugiere la práctica de fumigar los campos colombianos con glifosato. Este temible veneno ha sido propuesto por los Estados Unidos como parte del programa de lucha contra el tráfico de drogas, que parece fatuo ante el goce que motiva la adicción, pero cuyos efectos nocivos son irreversibles dentro de la fauna y la flora locales. Igual de catastróficas son sus consecuencias para la supervivencia de los campesinos que se dedican a la agricultura.
Miguel Ángel Rojas ha dicho que Santa alude al respeto reverencial por la naturaleza, que es una de las principales tradiciones culturales heredadas del pasado prehispánico por los campesinos, pero que también responde a la injusticia que implica la perdida de la flora y fauna, o el futuro que podría dar la tierra a los campesinos. La ironía es el eslabón que conecta estas dos dimensiones en la obra.
Jaime Cerón
Bogotá abril de 2010