Sobre velas, soplidos y cumpleaños...    

Publicado en: Arteria. no. 29.
Año: 2011 

En la mayor parte de los blogs, que indagan acerca de la genealogía de la práctica cultural de usar velas y apagarlas como parte de la conmemoración del cumpleaños, existe un acuerdo tácito en relación con su origen mítico.  Los mitos como nos han señalado los antropólogos tienen la función de negociar las contradicciones que se presentan entre las creencias y los hechos. En virtud de ellos es posible pensar que los seres humanos fuimos creados por los dioses, o surgimos de la tierra a la vez que logremos constatar que hemos sido concebidos por nuestras madres. El trasfondo mítico de las celebraciones del natalicio, tanto en sus dimensiones mágicas como religiosas, se puede interpretar en la voluntad manifiesta por el hecho mismo de felicitar al homenajeado, a quien se le canta que siga celebrando por cientos o incluso miles de años, aun cuando se tenga la certeza que no vivirá más que unas pocas décadas. Esto incluso ocurre cuando se trata de un adulto mayor que quizá tenga apenas unos pocos años o incluso meses de vida.  Si celebrar el nacimiento tenía el fin mágico de buscar una garantía de seguridad para el siguiente año, también involucraba la función religiosa (y no por eso menos mágica) de proteger a la persona en cuestión del influjo de los demonios.  En esa órbita de sentido emergería en la Grecia antigua la costumbre de rodear con velas un pan dulce y redondeado.

Dentro del contexto cultural derivado de la hegemonía del cristianismo, esa dimensión mágico religiosa de la celebración del cumpleaños se percibió como una costumbre pagana. Los primeros cristianos, perseguidos y martirizados, cargaban el peso de su creencia en el pecado original que les hacía ver la vida de manera tan dura y cruel que no les permitía pensar que hubiera nada que celebrar salvo el paso a la vida eterna, de ahí que aun se conmemore la muerte de muchos santos y que de hecho ese día se haya convertido en festividad en muchos países.  La iglesia inicialmente consideró herejía conmemorar el nacimiento de Cristo, pero finalmente determinó la fecha de su nacimiento y concibió la Navidad como la celebración de su cumpleaños.  A partir de la navidad la cultura occidental cristiana recuperó esta celebración. En Alemania, desde ese momento, se ubicaría sobre la torta un número de velas equivalente al número de años del homenajeado, mas una vela más grande que simbolizaría “la luz de la vida” equivalente simbólicamente a la idea de Cristo.  El trasfondo mágico del cumpleaños resurgió de manera sutil, desde la base social y cultural, y fue instaurando la idea de que al rendir un tributo a una persona las velas conjurarían su buena suerte.

Durante la edad media en Alemania, la celebración del cumpleaños se orientó especialmente hacia los niños y se fue creando la costumbre de comenzar al amanecer, despertando al niño con el pastel cubierto de velas encendidas que se reemplazarían a lo largo del día para que estuvieran todo el tiempo encendidas (el número seguía siendo una vela más que la edad).  Solo al final de la conmemoración era comido el pastel.  En estas celebraciones infantiles comenzó a implementarse la idea de apagar las velas con un solo soplido, acompañado de la petición de un deseo, que debería mantenerse secreto si se esperaba que se convirtiera en realidad.

Fue al parecer durante esta misma época cuando emergió la creencia en el valor simbólico de la vela en relación con la dimensión vital de los personas, como lo atestiguan innumerables ejemplos de la literatura de la época, que parece reorientar el componente mítico del acto de soplar que parece sumirse en una paradoja: apagar las velas del pastel al unísono parece garantizar la persistencia de la fuerza vital en quien es homenajeado.


Muchas velas, muchos soplos, muchos años para Arteria


Jaime Cerón